Amaneció con frío. Tras unos días de tregua, en los que la primavera empezaba a anunciar su llegada, aquella mañana amaneció de nuevo gris; el termómetro descendió hasta los 13 grados y el viento hizo acto de presencia de nuevo, no con virulencia pero si lo suficiente como para obligarle a subirse de nuevo el cuello de la chaqueta. Aún así era reconfortante comprobar que este invierno realmente frío, como hacía años que no ocurría, había conseguido que gran parte de sus conciudadanos, sorprendentemente, se habituaran a las bajas temperaturas, a la lluvia y a tener que cargar con el paraguas sabiendo que a lo largo de la jornada sería de utilidad.
"Ha sido un invierno excelente", pensó con cierta tristeza ante la despedida.
Al llegar a la estación salió del vagón abrochándose el abrigo. El viento, como casi siempre en este punto del mapa, le daba de frente. Sacó un pitillo, lo encendió y enfiló el camino hacia el colegio. Pasó frente al Hotel d'Entitats, una isla rodeada por un mar de metal poblado de raíles, cables, verjas, escaleras y plataformas. Cruzó las vías por el paso abierto a peatones y siguió por el mismo camino de siempre, unos trescientos cincuenta metros siguiendo las vías hasta llegar al paso inferior que forma la carretera a las afueras del pueblo.
La llegada de la primavera siempre le resulta desagradable. Cuando todo renace, cuando los árboles y las plantas florecen y los ingenuamente olvidados insectos empiezan a revolotear entre la verdura, el olfato la vuelve loca. Y el hecho de que, tras cruzar el paso inferior, tenga que caminar junto al cagadero municipal de perros, convierte su llegada a término en una fiesta de aromas sólo apetecible para los marranos.
Hasta dentro de 9 meses my dear winter.
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