Todos los vecinos del cruce de calles nos asomamos a nuestras ventanas o balcones respectivos; unos con los ojos como platos, admirados; otros con el ceño fruncido y una mueca de disgusto. Por el paso de peatones un joven corría como alma que lleva el diablo, cubriéndose la cabeza y el rostro, mientras un grupo de jóvenes y una pareja de jubilados, apoyados contra una fachada y a cubiertos bajo el saliente de los balcones, le daban ánimos al tiempo que le pedían a gritos que se protegiera: ¡Que te va a salir un chichón, muchacho!
Desde el balcón la espesa cortina de agua y hielo seguía cayendo con fuerza, y una nube de gotas minúsculas que escapaban de la lluvia descendente mojaba los rostros, los brazos y las piernas de los mirones.
Y de repente, igual que había empezado, paró. Las pequeñas bolas gélidas dejaron de caer, como si una bolsa imaginaria colocada en el cielo se hubiera vaciado del todo. La lluvia cesó, las nubes se alejaron, el cielo se abrió de nuevo y los vecinos volvieron a lo que fuera que estaban haciendo antes del espectáculo de agua.
No deja de ser curioso que, hagamos lo que hagamos, sea cual sea la actividad que nos ocupe el tiempo, en cuando el cielo gruñe, lo dejamos todo, aunque sea por un momento, para contemplar el espectáculo.
No deja de ser curioso que, hagamos lo que hagamos, sea cual sea la actividad que nos ocupe el tiempo, en cuando el cielo gruñe, lo dejamos todo, aunque sea por un momento, para contemplar el espectáculo.
3 comentarios:
Muy bueno lo escrito de los transportes de buenos aires xD ...despues me paso a terminar de leerlos
Por aquí estaré ;-)
Me encanta sobre todo el antepenúltimo párrafo, lo de la bolsa es genial. La verdad es que los fenómenos que no podemos controlar siempre serán admirados y mantendrán ese misticismo, ya que no podemos predecir cuánto va a durar o cuando va a suceder con certeza.
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