Mi buen amigo Roger Colom me dijo una vez que soy una
experta en Roberto Arlt. No lo soy, aún, pero lo que sí soy desde hace años es adicta
a su obra, sobretodo a sus aguafuertes porteñas; un retrato magistral y
delirante de la sociedad porteña de finales de los años 20 y de los 30 que se convirtieron en lectura de cabecera, entre otras razones porque, a pesar del tiempo, mantienen tal vigencia que llega a doler sin poder evitar la carcajada. A continuación les dejo una de ellas; juzguen
ustedes.
¿CÓMO ENGAÑAR AL ELECTORADO?
Roberto Arlt
Me dice un
candidato a diputado:
—Hay que trabajar
por la salvación del país. La patria está al margen de la bancarrota.
—Che, hacé el
favor, andá a engrupir[1]
a otro… a mí no me vengas con esa novela… Decí la verdad. ¿Cuántos negocios
pensás hacer…?
—Qué negocios querés que se haga si no hay
oposición. Se puede maniobrar, y bien, cuando hay partidos de oposición
que guardan equilibrios con el oficial. Entonces sí vale la pena hacer
negocios, mejor dicho hay posibilidades de acomodarse, pero de este modo… Te
prevengo que hoy rinde más vender boletos en el hipódromo que ser diputado, de
cualquier modo, ¿no se te ocurre nada con qué engrupir al público de
electores?.
—De qué modo
engrupir…
—Sí, una de esas
macanas que corren y se las creen todos…
Con el petróleo, por ejemplo, no
embromamos a nadie hoy. Con el oro, qué sabe la gente de oro?, como no ser el
oro del anillo de compromiso… La nafta[2]
interesa sólo a los chauffeurs… El azúcar… todas esas son cosas pasadas de moda.
—Hay que buscar y
encontrar algo que parezca verdad
—me dice el malandrino que es candidato a diputado por un partido—. Hay que
buscar y encontrar algo que los deje groguis a todos los giles que en este país
creen en la democracia. Por ejemplo: ciertos
políticos con el asunto de los empleos tienen acaparado el electorado de la
República. Nosotros no podemos ofrecer empleo. No podemos comprar
libretas con empleos. Y hoy los giles piden algo más que un plato de lentejas
para votar. Decime vos, con qué los “engrupís” a ese electorado. Ahí está el
problema. Se pasaron los tiempos de la empanada criolla, de la bordalesa de
vino, las partidas de taba y el asalto en el atrio de la iglesia. Hoy se puede
asaltar, robar, matar, engañar, todo crimen político puede ser cometido en
estos días de “iniquidad” como ingenuamente los llamás vos...
—Veo que leés mis
notas…
—De vez en
cuando… Todo
crimen político puede ser cometido siempre que se tenga la astucia de rodearlo
de legalidad y de chicana jurídica…
“Como todos mis
compinches. Más aún, te voy a contar una anécdota. Cierto diputado me decía una
vez: “Si votando una guerra en la cual la Argentina se viera mezclada,
yo
ganara un millón de pesos, votaba esa guerra…”
Me he puesto
serio, no sé qué decir. Mi gran hombre continúa:
—Hay que ser un imbécil o un loco para creen
en la honradez y en la democracia. Aquí tenemos la desgracia de no
contar con industria, porque sino, aparecían muchos problemas explotables. ¿Qué problema se inventa entonces? Hay que sacar una mentira de un ángulo poco
común, descubrir una panacea que los embauque a todos… Mirá si seremos
desgraciados que ni el peligro de una próxima guerra tenemos… Con el
bolcheviquismo no se va a ninguna parte, si no mañana mismo me hacía bolchevique.
Con el fascismo… que querés, es para los morfones[3]
de tallarines… Aquí, lo que hace falta es una concepción política que tenga
apariencias de democracia y que no lo sea, que responda a todos los deseos y a
ninguno, que esté contra todos y con todos… Más claramente, un caballo que no
sea caballo… uno de esos bodrios sabés… que ni Dios los entiende.
EL CÍNICO
—Sabés que ya te
pasás de cínico…
Mi gran hombre da
un puñetazo en la mesa; luego:
—¿Podés decirme
vos qué tiene que ver la vergüenza, la decencia, la honestidad, el pudor, los
buenos sentimientos con la política? ¿Querés explicarme y dejarte de decir
macanas[4]?
Cuando entrás a una zapatería no es para hacerte un traje sino un par de
botines, ¿no? Bueno, cuando vas a lo de un político no es a comprar decencia,
ni honestidad, ni ninguna de esas pavadas… ¿Por qué me decís que soy un cínico?
“Es como si le
dijeras al sastre y en tono acusador: Usted es sastre. Claro que soy cínico, te
contesto yo. Un cínico, pero sin mercadería. Sin mercadería electoral. Cada uno
de mis camaradas está en la misma desgraciada posición. No se encuentra ni por
broma un filón explotable. El electorado está como un burro que no tiene sed, y
vos sabés que no hay cosas más difícil que hacerle tomar agua a un burro que
precisamente no tiene sed. ¿Qué hago? ¿Qué hacemos? Los redactores de carteles
nos miran despavoridos. No tienen nada para redactar. Los matones están
consternados. No hay quien los contrate ni por un plato de sopa, porque todos
son matones hoy. Los oradores que antaño contratábamos por poco y nada están en
baja, y están en baja porque no tienen nada que decir. Somos francos, vive
Dios. Yo no pido gollerías[5].
Pido robar, robar honradamente como cualquier hijo de vecino. ¿Es pecado eso?
No. ¿Entonces? ¡Seamos amigos con el pueblo, qué diablo! Esquilmémoslo
razonablemente. Yo no soy ese diputado que por un millón de pesos embarcaría a
su patria en una guerra. No. Por quinientos mil pesos metería a nuestro planeta
en las ollas del infierno. Lo que falta es el pretexto. Lo que falta es un
electorado inteligente, que se dé cuenta de nuestra capacidad, y aunque
empapelemos la ciudad desde el zócalo hasta las cornisas, vamos muertos, y
vamos muertos porque falta una gran mentira con que mover la masa ciudadana. El
que la encuentre, créalo, el que encuentre la gran mentira, podrá llegar hasta
ser Presidente de la República.”
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