Lo apuntaba el otro día en el muro de FB, hace un tiempo que me viene preocupando el hecho de saber que, a pesar de ser más consciente de lo que era hace unos años, a pesar de saber más y reconocer lo aprendido, me resulta cada vez más difícil poder concretar las ideas en un texto. Encontrar un tema sobre el que escribir me resulta cada vez más complicado; y comentándolo con el sabio guillotinador de pianos éste me apuntó que no es que esté sufriendo una metamorfosis hacia la estupidez sino que, al contrario, el conocimiento, la inteligencia, paraliza. Y tengo que estar de acuerdo aunque aún no sea del todo consciente (él es más sabio y yo todavía una aprendiz), porque el caso es que una de las consecuencias, o tal vez sea la causa, de mis temores es que pasan los días y el tiempo no me alcanza. Necesito más tiempo, pero un tiempo completo, que sea sólo mío; para poder reposar las ideas, para pensar sobre ellas o para encontrarlas (aunque nunca se encuentran, sino que llegan y lo que hay que hacer es atraparlas al vuelo y anotarlas en la Moleskine o en mi nueva Meridiano para que no desaparezcan). Me falta esa clase de tiempo.
Si, además, a todo esto le sumamos un nuevo cambio, que sin duda habrá quien lo agradezca incluida yo, que es que he pasado de una enfermiza verborrea a la práctica obligatoria del silencio y la escucha, a la espera de poder demandar explicaciones sobre lo escuchado, la cosa se complica aún más. Porque, sobretodo desde que he regresado de Buenos Aires pero intuyéndolo desde meses antes, echo de menos ciertos interlocutores que se habían convertido en maestros imprescindibles.
Valencia se me cae encima como una losa tremendamente pesada y carente de enjundia, convertida en un bucle de acontecimientos idénticos con variaciones sólo en la presentación del titular, pero que presentan siempre los mismos temas de conversación, las mismas preguntas e idénticas respuesta a estas preguntas. Aún no he encontrado conversadores que busquen darle a la tuerca una vuelta de más; que, impertinentes, rasquen más allá de la superficie para hacer saltar la discusión por el mero placer de ver que ocurre, o para hacer más sabrosa la sobremesa. La Valencia que conozco está, más que dormida, en coma profundo y yo me siento cada vez más extraña, más croocked tree.
A pesar de todo, permítanme el argentinismo, ni en pedo vuelvo a mi estado pasado. Estoy donde estoy y sigo andando hacia delante, leyendo lo que necesito y lo que me apetece para saber más; intentando afinar la vista y el oído para la caza; y esperando, tal vez aún algo desesperanzada, encontrar nuevos interlocutores con los que no esté de acuerdo pero que deseen, tanto como yo, practicar el ejercicio de la dialéctica.
1 comentario:
No entiendo esto de la parálisis. Bueno, sí sé lo que es y cómo se siente, pero ¿no tenías un montón de notas sobre el viaje a Argentina que no has terminado de pasar al blog? Yo, por lo menos, las espero. Las dos que has colgado están muy bien. ¿Qué hay del resto?
Parafraseando a Helder Costa: no se trata de escribir bien o mal, se trata de escribir.
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