domingo, 27 de abril de 2008

Nueve de Julio: El Quincho de los Bérgamo

Andy, Lali y María querían de todas, todas, que La Sal de la Vida se representara en Nueve de Julio, y se pusieron manos a la obra. Intentaron conseguir y reservar una de las salas de la ciudad, pero igual que ocurre por estas latitudes, la cosa pintaba mal y exigía un esfuerzo burocrático que no podíamos llevar a cabo. Después de barajar diversas posibilidades me propusieron representarla en el quincho de los padres de Andy. He de reconocer que en un principio me asaltaron dudas y resquemores -"Un salón no creo que sea el lugar más adecuado para representar mi función"- pensaba. Y todo por esa mala costumbre y afición que tenemos algunos actores y actrices a querer rodearnos de cierto glamour cuando mostramos nuestro arte.

Me da en el hocico que después de esto alguno o alguna de ustedes me mandará al pedo por "snob", y lo mejor de todo es que no les faltará razón, porque he de admitir, con la cabeza gacha y una buena dosis de remordimiento, que en un primer momento algo "esplendida" si que me puse. Pero finalmente pudieron más su insistencia y las ganas de todas, que mis pendejadas de actriz europea. Y nos lanzamos.

Lo primero fue visitar el espacio: El Quincho de los Bérgamo. El quincho, separado de la vivienda principal, es un edificio al que se llega atravesando el espléndido jardín cuidado por Bibiana, la dueña de la casa. Consta de dos plantas: la planta baja, compuesta por una sala rectangular de unos 20 o 25 m2, más o menos, con una gran chimenea, y cristaleras que ocupan toda la fachada que da al jardín. A la izquierda (vista desde la casa), la cocina, suficientemente amplia, donde se guardan los utensilios y menesteres necesarios para la preparación del Asado (en mi opinión, la celebración gastronómica más importante y deliciosa de prácticamente todo el cono sur). El piso superior no lo llegué a visitar, pero me explicaron que en él habían ubicado una sala de ensayos. He de explicar que, musicalmente hablando, la familia Bérgamo está excelentemente bien provista: Roberto, el padre, violinista; Gabriela, una de las hijas, cantante de blues; y Sebas y Lucio, dos de los nietos, guitarristas. Los tres últimos con banda propia.

Mientras el mate rodaba por el salón principal de la casa, se distribuyeron las tareas. Lali se encargaría de convertir el quincho en una sala de exhibición, conseguir las sillas, distribuirlas y hacerse con algunos focos. Andy ayudaría en este menester, pero sobretodo ella se iba a encargar de diseñar e imprimir las entradas y publicitar el acto. María quedó encargada de las cuestiones técnicas, llevar el sonido, la luz y ayudar en el montaje. Chi se ofreció a venir, cámara en mano y grabar la función. Contamos también con la inestimable ayuda de Peter Martí, electricista nuevejuliense y bajista de la banda “Perro E´Sulky”, que nos colgó los focos en las vigas, sin destrozarlas y sin que los cables cayeran sobre los espectadores. “Gracias mil Peter”. Roberto y Bibi Bérgamo, por su parte, se armaron de paciencia ante una invasión tal que hubiera desesperado al más pintado, pero que ellos soportaron estoicamente hasta el punto de permitirme, además, que les arrebatara la lámpara de pié y la mesa "de centro café" que Roberto usa en su consulta (es médico generalista), y todo esto sin perder jamás la sonrisa.

Les forré el sillón confidente de color mostaza, agujereamos su techo, colgamos cables por doquier, utilizamos la mesa de comedor como plataforma elevada donde se ubicaron Chi, con su cámara, y algunos asistentes. Decoramos la pared blanca con una mano mugrienta y abrimos su quincho privado a cerca de 100 personas que vinieron a ver la función. En esta ocasión la máxima "Escondan las gallinas que llegan los actores" cobraba pleno sentido y era de necesaria aplicación, pero, sin embargo, no solo no las escondieron, sino que me las ofrecieron desplumadas y en pepitoria.

Último agradecimiento, pero no por ello menos importante. Entre el público se encontraba la señora Marta Susana Pajón, Mamá Martha, que me hospedó en su casa, me alimentó, me regaló un par de libros de historia, y aportó sus vehementes opiniones, en nuestras conversaciones de sobremesa, con el buen hacer que toda persona educada en el arte de la discusión ofrece.

Días después, pasado el subidón de adrenalina que toda representación comporta, mientras tomaba el primer mate de la mañana en la cocina de Boedo, me descubrí realmente afortunada y agradecida, ya que gracias a María, Lali, Andy, Chi, Roberto, Bibi y Mamá Martha tuvo lugar una de las mejores y más íntimas representaciones que he disfrutado desde que me dedico a esta profesión.

A los señores Bérgamo, además de expresarles, de nuevo, mi profundo agradecimiento, me atrevo a insistirles en mi sugerencia de que reabran el quincho de vez en cuando. Tienen un espacio bárbaro para hacer reuniones y conciertos, una magnifica conversación, mejor compañía, y la posibilidad de crear un espacio de discusión e intercambio, independiente, que tan necesario resulta en los pueblos y ciudades, con frecuencia, dejados de la mano de la gobernabilidad.

viernes, 18 de abril de 2008

El violinista en el metro

Como les avancé en mi última entrada aquí les entrego el artículo que dejé apartado.

El pasado 9 de marzo Colom anotaba un post sobre los vendedores ambulantes que pueblan el metro y los autobuses de Buenos Aires (subte y colectivos en lenguaje porteño), y mira tú por donde, coincidencias de la vida, tiene mucha relación con la anécdota que pretendía contarles hoy. Así que aprovecho la coyuntura y procedo con el relato.

En agosto del 2007 me referí, muy por encima, a los vendedores ambulantes bonaerenses en esta entrada, y hace unos días, volviendo en metro del trabajo, experimenté una especie de déjà vu.

Encontrábame en mi zona del vagón preferida y, como suele ser mi costumbre, rellenando un "sudoku", cuando empezó a sonar lo que en un principio creí que era el tono de llamada de un teléfono móvil. Como también es normal en mí levante la vista un tanto enojada por el excesivo volumen, para ver de donde procedía la música, pero a mi alrededor nadie se movía en busca del aparato en cuestión, así que la bajé de nuevo hacia puzzle numérico. La música seguía sonando cuando, de repente, me di cuenta, el tema que sonaba era, y permítanme que exagere en el epíteto, espectacular para tratarse de un politono. ¡Aquello era jazz y sonaba como Dios! Dejé de nuevo el pasatiempo y cerré los ojos para escucharla con más atención hasta que finalmente, presa de curiosidad, empecé a buscar su procedencia a derecha e izquierda.

Todo hay que decirlo, soy astigmática, hipermétrope y tengo la vista cansada con lo que me costó un poco encontrar lo que buscaba, pero lo encontré. Para mi sorpresa y regocijo, justo en el muelle que divide los dos vagones del tren, lo vi. Vestido de negro, un joven de no más de 30 años, tocaba un violín amplificado. ¡Y cómo tocaba! Con qué exactitud en la ejecución y sin que el traquetreo del tren, que a los demás viajeros nos zarandeaba a un lado y otro del asiento, le afectara lo más mínimo. En cuanto terminó la pieza se colgó el violín a la espalda, y sin mediar palabra y a toda velocidad, tanta que casi no me da tiempo a atinar con el dinero en la bolsa, pasó la gorra por delante de los pasajeros, bajó del convoy y cambió de tren.

Hasta la fecha rara vez había encontrado, en Valencia, músicos de tren. Sí los encontré, obviamente, en París, en Londres, en Barcelona o Madrid, pero nunca en Valencia. También, por supuesto, los encontré en Buenos Aires, aunque allí la jungla ambulante es muchísimo más extensa y variada, los músicos comparten espacio con actores y vendedores de todo tipo de productos, desde lapiceros de colores a, como nos cuenta Colom, poesía; y mezclados, como en todas partes del mundo, con los que simplemente piden guita. Pero en Valencia no, aquí los únicos que me había encontrado eran ese último tipo de pedigüeños que piden dinero sin más: para comer, para dormir o para alimentar a su media docena de churumbeles, sin ofrecer nada a cambio, y esos, perdónenme, no me interesan en absoluto.

Aquella tarde, en el trayecto de vuelta a casa, me sentí como si estuviera en otra ciudad, incluso en otro país, lo que me lleva a pensar que tal vez, aunque de momento solo sea en apariencia, Valencia se esté convirtiendo en una ciudad cosmopolita. Y quizás, sólo quizás, esto nos permita crecer social, cultural e intelectualmente.

En lo referente a aquel músico anónimo, lo que más lamento es no haber podido disponer de los cinco euros que como mínimo merecía por su actuación, se quedó en dos y mi sincero agradecimiento por el buen rato.

domingo, 13 de abril de 2008

¿De esto el ABC no se responsabiliza?

Esto de escribir tiene sus más y sus menos, y uno de sus menos es que si te despistas un momento, lo dejas, y no practicas la escritura, volver cada vez cuesta más. En estas me he encontrado yo estos días pasados en los que, por razones que no excusan el hecho, no he escrito un carajo y la pluma se me ha ido resecando, con lo que no me ha quedado más remedio que limpiarla, deshacerme de la tinta reseca introduciendo el plumín en agua tibia, tirando a caliente, secarla luego con sumo cuidado y cargar el cartucho de nuevo. Pero el tema sobre el que escribir seguía sin aparecer, aunque haya muchos temas que me rondan la cabeza y sobre los que opino con amigos en las charlas de cafetería; si no los anoto, si no les doy aunque sea una vuelta sobre el papel no son más que pensamientos que tarde o temprano se evaporan. Y como al final acabo cansándome de mi misma y mis excusas no me ha quedado otra que lanzarme al vacío y anotar de nuevo, aunque simplemente sea para no perder del todo la práctica e ir retomando el hilo de a poco.

Me ocupaba pues, esta mañana, en estos menesteres, escribiendo de nuevo, dándole las últimas vueltas a un post sobre los músicos del metro, que me inspiró mi amigo Roger Colom, cuando, mientras me tomaba el café, escucho una conversación en la radio sobre el último artículo de opinión de Antonio Burgos en el ABC, y se me ha encendido la sangre. Así que aparto para otra ocasión el que tenía pensado y dejo que la actualidad se imponga.

Pero no se confundan, lo que aquí planteo nada tiene que ver con mi ideología o mis simpatías políticas, ni siquiera lo escribo desde un ideario feminista, no. Lo aquí planteado lo escribo porque como mujer trabajadora, independiente y observadora de la realidad que me rodea, lo que he leído esta mañana me ha arañado la moral hasta hacerla sangrar.

Y es que lo que ha vomitado este buen señor no tiene nombre, ya desde la primera frase.

Comienza su ristra de perogrulladas con un "VALE", en mayúsculas, como para que nos percatemos de su profunda indignación, y sigue: "aceptamos Carmen Chacón como animal de compañía". No lo puedo evitar, mi primera respuesta es: El animal aquí, querido, no es otro más que usted. Y uso el tratamiento de cortesía porque he de ser cortés y respetuosa para distanciarme de este caballero.

El tono durante todo el escrito se mantiene y enfatiza más adelante: "... ZP no ha nombrado un nuevo gobierno, sino que como medida de precaución ha organizando su Batallón de Modistillas Ministeriales, donde las señoras superan ya a los caballeros. Echo en falta la cuota gay: no hay derecho, usted, a dejar al pobre Zerolo sin cartera y sin donuts...", para continuar con el recuerdo de una conversación entre Luca de Tena y Brunet con el entonces director del ABC de Sevilla, Nicolás Salas, y su intención de aplicar la igualdad en la redacción de dicha ciudad, con la entrada en nómina de las primeras redactoras en plena transición, que resulta, cuanto menos, irrisoria. Claro que de esto también se mofa el señor Burgos calificando a aquellas redactoras como "precursoras mujeres-soldado en la infantería del periodismo" y aportando otro "agradable comentario" sobre la costumbre que tenían, y parece ser que seguimos teniendo las mujeres, de ir al baño de dos en dos. Lo que hace que me plantee que tal vez, sólo tal vez, disponiendo de un solo baño, que además era el del director del periódico, las señoras Seco, Jiménez y Gamito supusieron que sería más eficaz, en todos los sentidos, ir al dispensario en grupo, razones históricas y sociológicas aparte.

Pero no acaba ahí el autor. No conformado con lo anteriormente esputado de su pluma, ataca de nuevo con lo siguiente: "... el Ministerio más superfluo de todos es el nuevo de Igualdad. ¿Qué más igualdad quieren ustedes que esto de que haya más ministras que ministros?" Es en este momento cuando mi sistema circulatorio se convierte en un volcán en erupción. ¿Quiere usted decir con esto, señor Antonio Burgos, que la igualdad que perseguimos y reivindicamos, no solo las mujeres de este país sino también muchos hombres, era y es conseguir más mujeres que hombres al cargo de un ministerio? Hágaselo mirar y con urgencia dado lo preocupante de su estado.

Un último apunte. Si desea usted calificar al Batallón, al menos hágalo con propiedad y justicia. No hablamos aquí de Modistillas, señor mío, si acaso hablamos de diseñadoras de alta costura, dado el historial, la titulación y la trayectoria que, le guste o no, tienen estas nueve mujeres.