martes, 22 de enero de 2008

Nueve de Julio: Cla-lauquen

Una de las cosas que siempre me ha resultado curiosa en la provincia de Buenos Aires es que muchas de sus ciudades tienen por nombre una fecha: Doce de Octubre, Veinticuatro de Febrero, Nueve de Abril, Veinte de Junio, Veinticinco de Mayo, Nueve de Julio o el Partido Tres de Febrero; y el caso es que con todo lo que pregunté y sobre lo que indagué estando allá nunca se me ocurrió preguntar por qué, se me despistó la pregunta, manda narices.

El caso es que mi amiga María, o Pepín, nació en una de estas ciudades fechadas, y el 22 de junio de 2006 me llevó a conocerla. La ciudad: Nueve de Julio, población cabecera del partido del mismo nombre y conocido antiguamente como Cla-lauquen (Las tres lagunas).

Cuenta la leyenda que dos hermanos pretendían los favores de una misma joven, una niña en realidad, que, queriéndolos como a hermanos y a ambos por igual, les pidió tiempo para crecer y aprender qué era el amor antes de tener que escoger al que debería ser su esposo. Llegaron entonces los hombres blancos de allende los mares (creo que no es necesario decir quiénes eran ni de dónde venían) y las tribus entraron en guerra contra el invasor. Pero los dos hermanos, con la impaciencia propia de la adolescencia, decidieron que no podían ir a la batalla sin haber dirimido antes quien se quedaría con la chica, y adentrándose en el terreno hasta llegar a un médano solitario se dispusieron a despejar la incógnita, lanzas en mano, en una lucha a muerte -eso sí, tras darse un abrazo fraternal, "como señal de que ni el odio ni el rencor animaban sus acciones". Finalmente, agotados, se alejaron de regreso al campamento pero no llegaron nunca, cayeron muertos cada uno en un paraje. Al amanecer los caballos aparecieron solos bajo los toldos de sus dueños con las monturas bañadas en sangre y la doncella, desesperada y presintiendo la tragedia, vagó buscándolos por la llanura hasta caer muerta, ella también. El viento socavó la tierra bajo los tres cuerpos y la lluvia lleno esos pozos creando tres lagunas, las tres lagunas que formaron Cla-lauquen, nombre que recibió esta región hasta que el 12 de febrero de 1864 Mariano Saavedra, gobernador de Buenos Aires, decretó la fundación de la ciudad con su nueva denominación.

Nueve de Julio está situada al sureste de la ciudad de Buenos Aires, a 262 Km. si la wikipedia no engaña, o a unas tres horas de viaje en utilitario de gama baja y respetando las normas de circulación.

María y yo emprendimos el viaje a media tarde, dos horas después de la que habíamos fijado en un principio, porque si el ejercicio de la puntualidad en España se practica poco, no les quiero ni contar en Buenos Aires, y condujimos, a turnos, por la Nacional 5, una de las dos únicas vías asfaltadas para llegar a la ciudad (la otra es la Ruta Provincial 65), atravesando enormes extensiones de tierra llana que mostraban una extensa paleta de ocres y rojizos con toques de verde esmeralda y azul, con muy poca o ninguna elevación en el terreno y encontrando aún menos ciudades por el camino. Y es que Argentina es lo que tiene, tierra, mucha tierra y muy poca gente en proporción para habitarla, la mayor parte de la cual está en la Buenos Aires capital federal. Pronto oscureció con lo que dejé de ver los colores del paisaje para descubrir el cielo de la noche argentina en las zonas rurales: millones de estrellas sobre un fondo negro como el azabache y extraordinariamente limpio de contaminación. Lo que sí que nos encontramos a menudo fueron controles de policía parando camioneros en ruta, hecho que me hizo recordar los controles que encontrábamos en la Nacional 340 de camino a Vinaròs y la poca gracia que nos hacía verlos, escondidos en una vía, con los faros apagados, esperando a su siguiente víctima. Las inspecciones policiales a camioneros, allá como aquí, son una constante y también forman parte del paisaje.

A la llegada a la ciudad era yo quien conducía y me di de bruces con otra constante en las vías argentinas: El asfaltado. El asfaltado de las calles nuevejulienses, sobretodo las de entrada a la ciudad, dista muchísimo de ser óptimo y está poblado de badenes y socavones que acompañados por la precaria iluminación, si no sabes donde están te los comes sin remedio. Y eso fue lo que ocurrió: al girar para adentrarnos en una de las avenidas de entrada atravesé de lleno un badén enorme que hizo que los bajos del coche rozaran contra el asfalto, o la ausencia de él. Todavía oigo los gritos de María dedicándome de todo menos piropos, mientras yo me acordaba de la familia viva y difunta del asfaltador, del técnico que mezcló los componentes para la fabricación del asfalto, del conductor de la apisonadora y de la climatología, en ese orden y con una clara y evidente animosidad.

Mi visita a Las Tres Lagunas fue, sobretodo social. Conocí a mucha gente y me reencontré con otra que ya había conocido en España, como Alejandra Arosteguy y Mabel “Bicho” Hayes, dos de las responsables del proyecto de teatro comunitario “Unidos de pie” de Patricios y “Cruzavías” de Nueve de Julio y creadoras, entre otras cosas, del “D y D” (Desayuno y Descanso), a las que conocí en el IX Encuentro de Mujeres de Iberoamérica en Cádiz. Entre los nuevos conocidos tengo que destacar a Graciela Gómez, la muy activa y dicharachera profesora de plástica de la Escuela de Estética, que me explicó que el "carajo" era el lugar de un navío, situado en el palo mayor, donde se colocaba el vigía para avistar el horizonte, de ahí la expresión "vete al carajo!". Buscando en el Coromines el origen etimológico del término no he encontrado mención sobre este origen, pero queda anotado por el autor que no tiene la menor idea de cual es la procedencia exacta del término, con lo que ésta bien podría ser una y además elimina el elemento sexual de la expresión. También conocí a Andrea Bérgamo, una de las principales responsables de que “La Sal de la Vida” se representara en esta ciudad, junto a María y Lali Odello, profesora de teatro de la ya mencionada Escuela de Estética y que me dio la oportunidad de conocer la escuela y a sus alumnos y alumnas. Y a Noelia, una mina con un sentido del humor exquisito y una fortaleza extraordinaria, y la artesana que me abasteció de “saumerios” (tiras de incienso) para toda una vida y me fabricó dos magníficos caleidoscopios hechos con tuberías de la industria argentina que, tras atravesar sanos y salvos el Atlántico, hicieron las delicias de Irene, mi putativa, y de algun que otro amigo o amiga que se quedó “emparrado” mirando a través de ellos. Más breve pero igualmente interesante fue mi encuentro con Mariana, una de las mejores amigas de María, madre y mujer dulce donde las haya, y Chi con quien mateé largo y tendido, durante toda una noche, escuchando la radio “desde la laguna”. No me olvido, por supuesto, de los señores Bérgamo: Roberto y Bibi, ni de Mamá Martha; a ellos, como al “Equipo Ditirambo” les reservo entradas en exclusiva en próximas entregas.

Y como no podía ser de otro modo visité la laguna, una de las tres lagunas de la leyenda, situada en el Parque del General San Martín de Nueve de Julio, donde contemplé uno de los atardeceres más preciosos que he disfrutado en mi vida, con el sol escondiéndose por el horizonte; trasformando en sombras los grandes árboles; tornando los ocres y los verdes en pardos y rojizos. El único sonido, nuestras pisadas sobre un manto de hojas otoñales, a lo largo del paseo por un parque desierto a esas horas. Y la calma, esa misma calma que sentía de niña, durante mis carreras por Mirambell, cerca del barranco, los domingos festivos, por la tarde, después de merendar y jugar a la cucaña.


sábado, 12 de enero de 2008

A lo mejor va y resulta que todo esto no importa un carallo y total, para eso está la escuela, ¿no?

Se acabaron las fiestas y todo vuelve a la normalidad, por fin. Los tiernos infantes se resisten, deben regresar a la escuela y no quieren. Intentan, sin lograrlo, que sus amantísimos progenitores los excusen de asistir. Al no conseguirlo lloran, patalean, reniegan, se agarran a la pata de la cama, al pomo de la puerta, al cinturón de seguridad del coche familiar. Son arrastrados, literalmente, por sus, ahora traidores padres o madres, hacia la puerta metálica del centro de enseñanza donde serán abandonados y obligados a trabajar en contra de sus deseos. El equipo docente observa el cuadro mientras penetra, por esa misma puerta metálica. La mirada se eleva a los cielos en busca de ayuda y amparo, "Señor, dame paciencia".

Llegado el momento de la actividad extra-escolar los rebeldes intentan imponer sus apetencias: "Dijiste que nos íbamos a pintar" -increpan algunos- "Si, es cierto, lo dije, pero no dije que fuera hoy". "¡Joooooooooo!!". Hay que mantenerse firme, si claudicas el primer día pierdes para siempre. A regañadientes aceptan tus condiciones, aceptan los juegos propuestos, participan, incluso se divierten; pero no caigas en la trampa de preguntarles, orgullosa de tu triunfo, si lo pasan bien, porque entonces te dirán que "no está mal, pero a mi me gusta más hacer otras cosas, esto es un poco aburrido". Y llega el momento de darles la palabra, de relajar la dinámica teniendo en cuenta que es el primer día de clase tras 15 largas y excitantes jornadas festivas. Llega el momento de preguntar: "¿Y, a ver? ¿Os han traído muchas cosas los reyes?". "A mi me han traído muchos regalos" - esa es la primera respuesta, a coro y metidos en una especie de danza compuesta de saltitos emocionados y carreras de una esquina a otra del aula. "¿Si?, ¿cuantos?" El primero en responder es el único realista: "¡Diez!", a partir de ahí empieza la subasta: "A mi treinta y ocho", "Pues a mi más, cien lo menos". "Pues a mi mil veintisiete". No importa qué hayan recibido sino cuanto. Y como yo soy como soy y mi curiosidad está centrada en lo que está centrada les lanzo la pregunta del millón: Y, a ver, ¿a cuantos de vosotros os han traído libros los reyes magos? Silencio. Se miran extrañados, en sus expresiones se advierte cierta estupefacción, ¿Libros? Eso no es un juguete, eso es para el cole. Intento de rectificación: "A ver, ¿A quien le han traído cuentos?"

Doy clases de teatro a alumnos de entre 4 y 12 años, tengo 31 alumnos y alumnas. Tres de ellos (todos de 4 años) han recibido cuentos que les leen sus padres, por la noche, antes de ir a dormir, y de los tres, dos de ellos los recibieron porque la profesora de teatro les sugirió a los mentados cabezas de familia que lo hicieran. Y aunque esto ya me lo esperaba yo, y, de algún modo, es un avance, no puedo dejar de preguntarme porqué esos niños y niñas han sido apuntados a clases de teatro: clases donde se leerán cuentos, se interpretarán cuentos y se intentará montar una obra basada en una historia; que tendrán que leer en casa, con ayuda de sus padres -los cuales, si aplicamos la lógica intuimos que no leen-; y que finalmente tendrán que representar en escena, solos, ante un publico en su gran mayoría desconocido. Pero, a lo mejor, de ésta, el niño se nos hace famoso.