martes, 15 de septiembre de 2009

Diario de viaje. 3: La mesa de la cocina de Caro

Al tío de Caro,
que publicaba en la prensa
la mejor noticia del día.

Hablar de la casa donde vivimos durante 5 semanas en Buenos Aires es, sin duda, hablar del hogar, porque tanto Roger como Caro hicieron de su casa nuestra casa, convirtiéndola en nuestro segundo hogar, que echaremos de menos hasta nuestro regreso. Y lo que más voy a echar de menos de él (y no creo equivocarme si digo que Pep también) es la cocina. Porque las buenas cocinas son como el motor del lar, donde todo bulle en el más amplio sentido de la expresión; y el engranaje de ésta funcionó a las mil maravillas.

Es una habitación lo suficientemente grande como para albergar en ella una mesa, "La Mesa de Caro" —título que se le impuso entre bromas, pero que con el paso de los días se fue ganando por méritos propios—, con capacidad para 4 comensales sentados cómodamente y cinco o seis en una comida o cena a base de picoteos sin necesidad de tener que maniobrar con la cubertería. Pero es que, además, y esto es lo que hace genial a la mesa y con ella a la cocina, sirve como mesa de trabajo, mesa de café con tertulia, mesa para pensar y banco auxiliar. Si a todo esto le unimos que a los cuatro nos gusta cocinar, la cocina y su mesa se convierten en el espacio principal y mueble protagonista de la casa.

Y es que, dejando de lado las conquistas intelectuales y entrando en las gastronómicas que son las que hoy me ocupan, allí se prepararon verdaderos festines, siendo uno de nosotros chef o chefesa principal con la ayuda de tres pinches, o con los cuatro juntos maniobrando en equipo.

Relataré la lista centrándome en cada uno de nuestros platos estrella, y empezaré por Caro, en honor a su mesa y porque, a pesar del enorme volumen de trabajo que tuvo durante todo el mes, nos deleitó a nosotros tres y a Andrés, Martín y Lucía con su Sopa de Caro (cuya receta espero que me pase al precio que sea, que lo pago) y unas Empanadas caseras de Atún absolutamente espectaculares, tanto en el sabor como en la presentación. El título de Gran Chefesa lo tiene más que merecido.

Roger —que en compañía de Pep y conversando sobre platos y platillos me recuerdan al Josep Pla de El que hem menjat, con el añadido que ellos sí que saben cocinar— fue nuestro principal chef con platos sencillos pero tremendamente deliciosos, como su Sopa de Verduras (otra receta a conseguir), el Puré de Lentejas con Pasta (un experimento que salió genial), o la Ensalada de Alubias (con ese toque de mostaza de aceto, mmmm); y con especialidades mejicanas como los Tacos, o un Mole sencillamente espectacular.

Pep es el otro gran gourmet y gourmand del cuarteto, con una excelente mano para los arroces de la cual hizo gala con su Arrós caldós (arroz caldoso) y su absolutamente deliciosa Olla de Carabassa (olla de calabaza, o zapallo), que cocinó en honor a los padres de Caro; de la que no dejamos ni el aroma, de bueno que estaba, y que fue seguida de un flan casero impresionante hecho por Olga.

Y quedo yo, posiblemente la menos casera de todos no me atrae demasiado la cocina de diario. Lo que me gusta es explayarme, manejarme entre peroles y sartenes con horas y espacio por delante, preparar platos con mimo y cocinar para los amigos (esto obviamente nos gusta a los cuatro). Mis dos especialidades fueron la Crema de Calabaza y mis Patatas Rellenas (con uno de los rellenos experimental aprovechando los productos autóctonos que argentina ofrece).

La verdad es que en aquella cocina y en aquella mesa se cocieron muchas cosas, unas comestibles, otras intelectuales, y todas ellas excelentes para un buen crecimiento físico y espiritual. Así que ¡mucho ojito y me tratan con sumo cuidado la mesa de la cocina de Caro!.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Diario de viaje. 2: Andrezzinho y Villa Devoto

En esta ocasión, y a diferencia de las dos anteriores (2005 y 2006), mi viaje a la argentina fue más urbano-artístico-arquitectónico que social. Fueron pocas las reuniones sociales programadas o que se nos propusieron —todas ellas realmente interesantes—, y una digna de mención fue sin duda la que mantuvimos con Andrés Prieto.

A Andrés lo conocimos el 31 de julio sobre las 11'30 del mediodía. Es un colombiano menudo, que no pequeño; con el pelo muy corto, que días después aún se cortó más “para que el gorro de lana le encajara mejor”; la mirada entrenada en la observación y la mano en el dibujo; con una risa sonora y contagiosa, sin dejar de ser tímida; que habla poco, muy poco y pausadamente, pero cuando lo hace da en el clavo. Andrés es el socio dibujante de Buenos Aires Ideal y se podría decir que, de algún modo y si el autor me lo permite, Andrés es otro "paseante extranjero" en esta ciudad enorme.

Roger, Pep y yo nos reunimos con él para ir a pasear por Villa Devoto, un barrio residencial situado al oeste de Buenos Aires a unos buenos 50 ó 55 minutos de la frontera entre Flores y Caballito, donde vivíamos.

Lo que más me sorprendió durante nuestro paseo por el barrio fue el silencio —prácticamente no se oyen coches o colectivos circulando por sus calles, sólo de vez en cuando nos cruzábamos con algún viandante y éramos capaces de escuchar nuestros propios pasos en la vereda, incluso al cruzar la estación de tren—; un silencio que contrasta enormemente con el bullicio del micro centro y de gran parte de la ciudad, o al menos de las zonas de la ciudad que hasta entonces conocía. Lo segundo que más me sorprendió fue su estrambótica mezcla arquitectónica. Calles generalmente compuestas por edificios de no más de dos plantas, cada una de una época y con un estilo diferente. De repente encontrábamos una casa
de estilo neo-colonial junto a otra construida en los años 70 con la fachada alicatada y junto a otra de estilo art decó. Entre toda esta mélange el edificio más curioso que nos encontramos fue bautizado, allí mismo, como "la casa discursivo-defensiva", por una especie de púlpito, o de torre vigía, que sobresalía de uno de sus muros y se elevaba por encima del techo. Era fea a más no poder pero resultaba tremendamente peculiar (lamentablemente no le hice ninguna foto).

Pero el objetivo principal de aquel día era visitar el "Café de García", un bodegón con más de 100 años de edad situado en la ochava entre Sanabria y José P. Varela y que nos dejó, a Pep, Andrés y a mí, que no lo conocíamos, totalmente alucinados.

Nada más entrar al local se ven dos mesas de billar (billar español a tres bandas) y una de pool (lo que nosotros llamamos billar americano), una larga barra rematada, o presentada, según como se mire, por una espectacular cafetera, también de principios del siglo pasado, y más de un centenar de banderitas, fotografías, afiches, pósteres, y una veintena de jamones, que cuelgan de sus paredes y techo. Algo realmente interesante de este local es que tiene comedor para fumadores (cosa que ahora mismo es dificilísimo de encontrar en Buenos Aires ya que ellos han aplicado a rajatabla la ley anti-tabaco; pero sobre este tema hablaré en otra ocasión) y que en ese momento se encontraba lleno, pero dado que pretendíamos almorzar (comer) allí esperamos a tener mesa mientras tomábamos una cerveza con su acompañamiento (bandeja redonda de tres espacios con papas, cacahuetes y mini colines).

Lo del acompañamiento en las bebidas es otra de las muchas cosas que me encantan de Buenos Aires, ya sea con el café o con la cerveza, gaseosas, licuados, jugos, etc., la consumición siempre viene acompañada de una picadita, dulce para el café, con un vasito de soda, agua o agua con gas, y a veces hasta un vasito con jugo, y salada con las demás bebidas.

Tras tomarnos la cerveza (de un litro con 4 vasos), una media hora después, se liberó una de las mesas del salón interior y pasamos a comer. Si la zona del bar sorprende por la cantidad de objetos expuestos en sus paredes, el saloncito nos dejó estupefactos. Una exorbitante cantidad de objetos, desde instrumentos musicales hasta cabezas de animales disecadas o cráneos pelados, pasando por toda una colección de pavas, cuberterías, cristalerías, botellas, sifones, llaves, recipientes y cajas, partituras musicales, un calefón, armas de todo tipo, navajas de barbero, objetos deportivos, y hasta un adoquín, tapan completamente las paredes de esta habitación.

Pillamos asiento en una de las mesas grandes (para 4 personas) junto a la ventana y al momento apareció el camarero, un señor mayor, de unos 60 años o más, con bata azul, que a una velocidad ultrasónica nos relato la lista de platos del día, imposible de retener por entero pero que desveló lo suficiente como para aplacar nuestra curiosidad gastronómica y decidir el menú. Roger y Andrés optaron por uno de los grandes clásicos: Milanesa bolognesa —oxímoron que fue celebrado—, mientras que Pep y yo optamos por otro habitual de las cartas: Ravioles con estofado. Nos pusieron las bebidas en una pequeña mesa auxiliar que colocaron junto a la nuestra (algo realmente práctico para comer cómodamente y poder ver las caras de los demás comensales) y llegó el ágape. Aunque las raciones no eran tan enormes como recordaba de mis anteriores estadías en la ciudad, no se quedaban cortas tampoco y se engulleron a placer acompañadas de un buen vino malbec. De postre cafés chicos y cortado en jarrito (con su soda y 4 pastas, una por comensal). Al salir mantuvimos una pequeña conversación con el dueño que nos informó sobre las picadas pantagruélicas que se ofician los jueves, viernes y sábados y a la que nos invitó a asistir, para consumir claro está, avisándonos que no se podía conseguir mesa sin reserva previa y llamando con tiempo; nos dio unas tarjetas y nos despedimos.

Mientras, Andrés se dedicó a echar un último vistazo por el local elucubrando cual de los muchos rincones reproduciría en su dibujo del miércoles, que, como ya nos tiene acostumbrados, fue genial.

martes, 1 de septiembre de 2009

Diario de viaje. 1: La gripe A

El Sábado pasado, 29 de agosto a las 12 de mediodía, tomábamos el vuelo de regreso a España. Se acabaron las vacaciones y ahora toca seguir siguiendo con lo que aquí dejamos y con lo que llegue de nuevo. A partir de aquí, y en este espacio, iré trascribiendo partes de mi diario de viaje por Argentina, de todo lo que descubrí a lo largo de estas 5 semanas y de mis impresiones al respecto, de momento sin orden cronológico.

Una de las primeras cosas que Pep y yo descubrimos al llegar, y que coincidía en ambos países, era la campaña de información y prevención dedicada a la gripe A.

Nuestro primer comentario fue: "Mira, aún estamos en Buenos Aires" —acabábamos de ver el cartel informativo sobre la gripe A. Pero había una diferencia clara entre las dos campañas. Una diferencia en el formato, que era de esperar, y que se podría traducir en una diferencia económica, o de recursos, cosa que en nuestro caso, con mayores recursos, no significa que sea mejor.

Básicamente las dos campañas anuncian lo mismo, dan los mismos consejos, previenen, claro está, sobre lo mismo, pero la manera como se presentan es radicalmente opuesta.





En la española priman las imágenes, mientras que en la argentina, o mejor, la porteña —porque no vimos esta campaña en ninguna de las demás ciudades que visitamos (Nueve de Julio, Córdoba y Rosario)— prima la letra impresa. O sea, que mientras que en la campaña bonaerense hay que leer obligatoriamente, y te lo lees porque este es un tema que de un modo u otro interesa y/o preocupa; en la española la mirada se detiene principal y casi diría que únicamente en las fotografías, dejando las explicaciones escritas, con una letra minúscula, en el olvido.

Francamente, yo no soy de las que creen que una imagen vale más que mil palabras, no señor, la mayoría de las veces, por no decir siempre, una buena redacción es mucho más eficaz, descriptiva, objetiva e ilustrativa que cualquier imagen.

Hay infinidad de cosas que funcionan mucho mejor en España (Europa) que en Argentina, eso no voy a negarlo y sobre este respecto les iré hablando en alguno de mis futuros artículos, pero en este caso, si de informar se trata, Argentina nos ha ganado la mano a los españoles. Tal vez la nuestra sea más vistosa, más "moderna", pero la porteña, con unas letras blancas, grandes y claras sobre ese rojo bermellón de fondo, invita inevitablemente a leerla, y por tanto a informarte, aunque no quieras.