domingo, 22 de febrero de 2009

¡Choca esos cinco profe!



Su modestia me ha convencido.
Esta vez sí, ha de ser el elegido.
No estoy segura al cien por cien porque,
(como el sanador) su ilustrísima trabaja escondido.

Pero, ¡qué humildad la suya!

No lo soluciona todo,
aunque todo tiene solución.
Y lo resuelve solamente
si otros meten el gambón.

Médium vidente,
serio y competente.
¿No han notado con tal rima
que su red neuronal se socarrima?

Viviremos decepcionados,
pero, a fe mía,
que lo haremos
con el corazón reconfortado.

Esto bien merece un choque de manos.

sábado, 21 de febrero de 2009

Descripción

Nunca me gustaron especialmente las descripciones hasta que empecé a escribir y, de repente, me di cuenta de que lo que más hacía era describir. Así que comencé a tenerlo mucho más presente, como instrumento y como ejercicio.

El martes pasado, en BAI, leí la descripción de una mañana de trabajo que me atrapó desde el primer momento casi sin darme cuenta. Una de esas descripciones que te sumergen en una situación clarísima sin que, en ningún momento, dejes de saber donde te encuentras —que era delante del ordenador leyendo esa anécdota.

Y lo mejor de aquella lectura fue reconocer, con una sonrisa emocionada y orgullosa ante el descubrimiento, que aunque en un principio me entusiasme su falsa cercanía jamás viviré esa situación en persona; que, aunque acuda a ese lugar y me siente en la misma silla, el mismo día de la semana y del mes, con la casualidad de sentir la misma lluvia y a la misma hora exacta del día, jamás formará parte de mi experiencia salvo, eso sí, que vuelva a leerla. Y en el hecho de su relectura, esa experiencia ajena forma ahora parte indiscutible de mi propia experiencia y es un elemento más, impagable, para mi eterno aprendizaje.

domingo, 15 de febrero de 2009

De por qué escribo sobre otros

Alguien me preguntó una vez por qué escribo tan a menudo sobre textos o artículos que son de otros. En un principio me asaltó la duda y me planteé eso de "la necesidad de ser original". Pero, de repente, me di cuenta, "mi no saber eso como se hacer". He descubierto que eso, la originalidad, no se como se hace. Así que desde hace unos días vengo dándole vueltas a una respuesta a aquella pregunta y supongo que es esta:

Porque estoy en continuo aprendizaje.
Y aunque se que conozco, hay demasiado que aún no se y demasiado poco tiempo, y muchísimos y muchísimas que aprendieron más y que saben más que yo. A los que consigo descubrir llego por recomendación de alguien, al que a su vez he leído, y de algunos, pocos, que además de leer y estudiar, tengo el honor de conocer.
Artículos y poemas, notas, entrevistas, letras de canciones que conocía pero no entendía. Imágenes, conciertos y escenas de películas mil veces vistas a las que ahora pongo atención. Porque no quiero perderlo y porque dejan patente que debo seguir aplicándome.
Seguramente lo haga copiando, y sin duda lo hago enlazando, dirigiéndome (y dirigiéndoles) a aquellos que de repente me han golpeado de una u otra manera con la esperanza de llegar a describir mis descubrimientos de la forma más correcta posible.
Nada nuevo voy a darles, porque nuevo no hay nada, salvo el éxtasis personal sentido en el momento del descubrimiento y el punto de vista desde el que lo recibimos, aunque la mayoría de las veces, ni eso. Pero me esfuerzo en reseñarlo (explicarlo), al menos, sin faltas de ortografía.

sábado, 14 de febrero de 2009

Más Waits: The Crooked Tree

Hace unos años, Pep le contó a Irene la historia del Crooked Tree, una historia que Tom Waits contó a sus hijos cuando le preguntaron por qué él no era una papá como los demás padres. Waits la explicaba de este modo:

Mis hijos han empezado a advertir que soy un pelín diferente de los demás padres. "¿Por qué no tienes un trabajo serio como los demás padres?" me preguntaron el otro día. Yo les conté esta historia: En el bosque, había un árbol torcido y un árbol recto. "Mírame... Soy alto, y recto, y guapo. Mírate... Estás torcido y encorvado. Nadie quiere mirarte." Los dos crecieron en aquel bosque juntos. Entonces, un día llegaron los leñadores y vieron al árbol torcido y al árbol recto, y dijeron, "Talad sólo los árboles rectos y dejad el resto". Así que los leñadores convirtieron todos los árboles rectos en madera, palillos y papel. Y el árbol torcido sigue estando allí, creciendo más fuerte y extraño cada día.

E Irene, que con sus 6 ó 7 años tenía, y por suerte sigue teniendo, la cabeza muy bien amueblada comentó al acabar de escuchar la historia: "Papa, creo que lo mejor es ser un crooked tree aunque se rían", y tengo que decir que no puedo estar más de acuerdo con ella. Aquel cuentito ha ido modificando, de a poco y a lo largo de estos años, mi actitud ante muchas situaciones, me ha ido relajando y despreocupando respecto de ciertas cosas que antes me parecían tan y tan importantes, y que ahora, de repente, ya no lo son tanto.

Hace unos días encontré en palabras del propio Waits la historia de la que les hablo, narrada durante uno de sus conciertos. La interpretación de la misma, aunque no la entiendan, merece la pena escucharla. Y si gustan de leerla en inglés la podrán encontrar aquí

sábado, 7 de febrero de 2009

Del adagio al andante

De un tiempo a esta parte cargo en la mochila algo más que las libretas de notas y los listados de alumnos. Cargo tristeza. Una tristeza seca y honda, pesada. Y la trasporto sobre los hombros un día tras otro, que tristemente descubro que son todos el mismo día con minúsculas variaciones, pero siempre el mismo y siempre del mismo color gris, ala de mosca.

No es una tristeza lacrimógena, no hay melancolía en ella, o al menos no en la superficie –porque el fondo aún no me he parado a intentar descubrirlo. Es más bien una niebla espesa y densísima, que difumina los días, las calles, los trayectos, las acciones y hasta el razonamiento. Mi empeño en apartarme del mundo tras los cascos del mp3 a volumen máximo llega a asquearme cuando me doy cuenta de que no quiero escuchar nada que no sea mínimamente interesante, y para tropezarme con algo interesante debería escucharlo todo. Y eso es demasiado escuchar. Así que supongo que tras esa banda sonora impuesta me pierdo ciertas cosas que podrían gustarme, y tengo muy mal perder, sobretodo si lo provoco yo y más aún si es voluntario.

Entonces mientras reflexiono sobre mis pérdidas voluntarias siento nuevamente la tristeza, esa tristeza tan parecida a la apatía que hace que mi día a día esté repleto de monotonías, sin agudos y sin graves, sin contrapuntos ni síncopas, sólo miles de minutos que se convierten en horas, hasta que llega la noche y peleo por dormir, para despertar al día siguiente sin haber visto amanecer.

Pero hoy la lluvia y el frío –bienvenidos de nuevo– me han recordado el propósito de toda esta monotonía, nuestro programado viaje al verano invernal, el reencuentro y los tan esperados paseos repletos de conversaciones en directo. De repente hay un cambio de compás y la tristeza pesa un poco menos.