viernes, 28 de diciembre de 2007

Relato

Hace un tiempo encontré en la red el siguiente relato, para ser exacta lo hallé en el blog ¿A que me parezco a Jodorowsky?, y me gustó, que quieren que les diga, me gustó y punto. Así que he decidido compartir mi hallazgo. Tal vez haya quien lo considere una burrada, habrá quien ría y habrá quien se horrorice -las opiniones son como el esfínter, todos tenemos uno-; pero a mi me hizo reír y, de vez en cuando, siempre sin abusar, disfruto de unas buenas risas, así que aquí se lo dejo. Si usted es de los que al acabar ríen, me alegro mucho y que disfrute; si por el contrario es de los horrorizados, anote un comentario y ya veremos que discusión abrimos; y si es de los que "a mi ni fu ni fa", no deje nada, no pierda el tiempo.

A todos y todas ustedes, en general, les deseo un buen final de año, excédanse lo justo y gocen al máximo que el 2008 vendrá con lo que tenga que venir.

¡Salud!

Relato

Elena corrió hacia el bosque.

Fin.

Detalles que quizás te hayas perdido.

a.- Al comienzo del relato Elena no está en el bosque.

b.- Se omite intencionadamente cualquier referencia al motivo por el cual Elena corrió hacia el bosque.

c.- Se entiende que Elena corrió para llegar antes que si hubiera ido andando.

d.- Al final del relato, cuando Elena corre hacia el bosque, el lector podría intuir como un abandono de la realidad y/o una búsqueda de la felicidad. Allá él.

Datos adicionales.

a.- Para la elaboración del relato fueron utilizadas 24 letras de las cuales 13 son vocales y las restantes tan solo son consonantes.

b.- Para facilitar la comprensión del relato fue necesario repetir algunas letras.

c.- Cuando se propuso a las vocales participar en el relato todas estuvieron de acuerdo excepto la u que, si bien accedió a ser utilizada, se negó a ser pronunciada.

d.- Las 24 letras se distribuyeron formando 5 palabras lo que obligó a dejar 4 espacios entre ellas.

e.- Se ha demostrado que cambiando las 5 palabras se obtiene un relato completamente diferente. Ejemplo: Bush la cagó en Irak.

f.- Elena, al igual que todo objeto con masa, genera gravedad hacia los objetos que le rodean. Generalmente, cuanto más grande es la masa de Elena, más gravedad produce. Este hecho se rompería ante la presencia de un agujero negro o ante una estrella de neutrones cuyas masas son muy pequeñas pero sin embargo la fuerza de la gravedad es enorme.

La crítica ha dicho.

No lo entiendo.
“El País”

Con su habitual estilo ameno y refrescante, Bart nos sumerge esta vez en el universo de Elena, una persona que corre hacia el bosque. Imprescindible.
“La Vanguardia”

Pero es que no lo entiendo.
“El País”

Y que más da ¿tu no cobras por criticar?
“La Vanguardia”

Si, claro.
“El País”

Pues eso.
“La Vanguardia”

Agradecimientos.

El relato de Elena no hubiera sido posible sin la estimable ayuda de:

El Sr. Garrido, alias “El apache” , profesor de Literatura durante los cursos de 2º y 3º (1972 – 1973) de Bachillerato en la escuela “Jesús, María y José” en San Andrés, Barcelona.

ADENA, por su perseverancia en la lucha por la conservación de los bosques.

La Federación de Atletismo de Catalunya, por su contribución al buen estado físico de Elena.

Las teclas e, l, n, a, c, o, r, i, h, b, s, q, u, . , ´, Mayús y barra espaciadora del teclado Logitech número de serie BDN 33246999.

Las galletitas “¡Humm, qué ricas!” de la marca Hacendado.

Bibliografía consultada.

Doce maneras de ir al bosque. Tagore, Juan. 8ª Ed. Ediciones El Rosicler de la aurora, 1958. 427 pag.

Nombres de mujer. Varios autores. 19º Ed. Simon&Simon, 2002. 12.562 pag.

Playboy. Edición especial “Mujeres desnudas corriendo” nº 315, 1962. 35 pag.

Bibliografía generada.

¿Adónde vas Elena?. Roosevelt, Gertrud. 24ª Ed. Bart Editions, 2007. 6552 pag.

Alguien se acerca. Juan El Bosque. 1ª Ed. Bart Editions, 2007 . 7015 pag.

La cueva de Platón y el bosque de Elena. Katherine Mackenzie. 22ª Ed. Bart Editions, 2007. 30205 pag.

Wenn ist das Nunstück git und slotermeyer? Rossenthal, Otto. 1ª Ed. Bart Editions, 2007. 815 pag.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Placas conmemorativas

Todos hemos visto alguna vez una placa conmemorativa. Hay placas dedicadas a excelsos miembros de nuestra sociedad, del estilo: "Aquí nació y/o vivió don Fulano/a de Tal...", alguna de las cuales con textos que, sin duda, elevarán nuestro miserable y putrefacto espíritu hasta el 4º piso derecha, o el 2º piso, por supuesto también derecha, del cielo redentor al que se acude sin alpargatas, o sandalias (como por ejemplo esta). Las hay dedicadas a edificios, o mejor, a personas que inauguraron esos edificios: "Este centro fue inaugurado por Mengano/a de Cual el día X, del mes Y, del año Z"; las que recuerdan lugares donde ocurrió algo (¡Deténgase! Aquí está el Imperio de la Muerte) y lugares donde no ocurrió nada. Están las placas que acompañan estatuas de ilustres personajes y/o monumentos ; y, como no, las que nos dedicamos a nosotros mismos o a nuestros familiares más queridos.

Pues bien, el caso es que ayer, estando en casa, aprovechando el largo acueducto constitucional-purísimo para escribir la segunda de las tres obritas de teatro que demandan mis tiernos alumnos infantes, escuche la risa divertida de mi costilla que se acercaba para mostrarme su hallazgo.

De todas las placas que he visto, ya sea in situ o en foto, esta es, hasta el momento, mi favorita. Puede que sea por su amable sarcasmo, o por su profundamente documentada exactitud en la fecha (la semaine dernière), o tal vez sea por su concreción en el énfasis con el que debe ser leída; el caso es que me gusta, y me divierte, y como el blog es mío, libertad tengo para mostrar lo que me de la real, o republicana gana. La mentada placa se encuentra ubicada en un pueblo de la Dordogne francesa, en la región de Aquitania, que no puedo concretarles porque, por inexperiencia, no lo anoté en su momento, encontrándome con el inconveniente de que la información, publicada en el periódico La Vanguardia del 8 de diciembre, requiere del pago de 3,00 € para ser revisada y, por cuestiones que ahora no vienen a cuento, no voy a pagar. Si usted, amable lector/a, conoce el pueblo y quiere compartir este dato le quedaré sinceramente agradecida.

Aquí la tienen.



Es por la más grande de las casualidades, que
HEMOS COMPRENDIDO,
la semana pasada,
¡QUE AÚN EXISTE GENTE QUE TIRA PAPELES AL SUELO!

sábado, 1 de diciembre de 2007

¡Papá, el cuento!

Hace unos días que escucho por la radio la última promoción lanzada por uno de los periódicos de mayor tirada de nuestro país. El anuncio se inicia con un señor que habla por teléfono con el que se supone es un/a compañero/a de trabajo. Tras un par de frases se oye a un niño increpar a su padre:

NIÑO: Papá, el cuento

El padre sigue su conversación sin hacerle el menor caso, y el niño insiste de nuevo:

NIÑO: ¡Papá, el cuento!

Llegados a este momento interpreté esta situación como un reclamo por parte de la criatura en cuestión hacia su padre, el subtexto en mi mente era algo así:

NIÑO: Papá, ven de una vez a contarme el cuento y deja ya de trabajar que no estás en la oficina sino en casa.

Hasta aquí me pareció fantástico. El niño que exige de su progenitor la atención que merece y no recibe. Sí señor, eso es lo que deberían hacer los hijos a sus padres, a las horas en que lo que toca es un vaso de leche y un cuento, pasar un rato con ellos/as, comentar como ha ido el día y ejercer en el cargo, que, a parte de querer expandir su ADN por el mundo y darle continuidad al apellido paterno tienen otras muchas obligaciones para con su prole y las practican poco, y si no querían que hubieran usado condón que van la mar de bien.

En estas andaban mis neuronas cuando el padre, que por supuesto no ha colgado el aparatito, vuelve a ser increpado por su vástago:

NIÑO: Papá, que hables más bajito que ha empezado el cuento!!

PADRE: Ah hijo, perdona.

Como acostumbran a mentar en La Mancha, "se me cayeron los palos del sombrajo". Entonces no se trataba de pasar más tiempo con la prole, aprovechando para ello la lectura de un clásico cuento infantil. No proponen que, a través de los dibujos en sus páginas de papel "cuché", padre e hijo dejen volar su imaginación con un clásico por ambos conocido. Ni siquiera rondan la tan "progre" idea de regalar un libro para que el padre pueda demostrar su faceta más intelectual y el niño pueda empezar a fardar en clase de su imponente biblioteca. No era una continuación del "Si tú lees, ellos leen". NO. El cuento en cuestión está en DVD, un DVD que el niño va a ver sólo, por que para eso está la caja tonta, para que los padres y madres puedan librarse de los niños tras una agotadora jornada de trabajo que proporciona el pan con el que alimentaran a la familia, y los hijos e hijas, gracias al mentado electrodoméstico, no tengan que inventar nuevas maneras de pasar el tiempo libre que les queda tras las clases del cole, la de inglés, teatro, natación y capoeira. Con esta brillante idea de cuentos en DVD, además, se logra crear un ambiente de hogar en el que no habrá conversación ni intercambio, pero todo pasará "en familia".

Y, yo me pregunto, ¿vale la pena enojarse por esto? Pues miren ustedes, no, no me enojo. Tal vez asome un somero apunte de indignación, la ceja se eleve por la frente para descender después hasta la nuca y deleitarse en la colleja necesaria para saber que aunque lo diga la radio y lo promocione un periódico yo seguiré prefiriendo pasar hojas, leer textos en voz alta e imaginar, con mi putativa, qué cara se le quedará a la liebre cuando ve que la tortuga le ha ganado la carrera. Pero bueno, que se le va a hacer, nunca fui una mujer moderna.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

El Kábbalah Bar Cultural

El primer lugar que visité a mi llegada a Buenos Aires en mayo de 2006, antes incluso de saber donde estaría viviendo esos dos meses, fue el Kábbalah Bar Cultural, un local en el Abasto que había sido inaugurado hacía poco por David y Lucila, con la intención de convertirlo en una sala multicultural donde poder representar obras de teatro de pequeño formato, ofrecer conciertos, exposiciones, charlas, realizar cursos, plantear tertulias, proyectar cortometrajes... Incluso crearon una biblioteca con donaciones de los clientes.

La decoración del local corrió a cargo de los dueños: una mano de pintura, carteles de clásicos del cine argentino de principios del siglo pasado que encontraron apilados de cualquier modo en el sótano, una máquina de discos antigua, que nunca lograron hacer funcionar pero que quedaba relinda en el rincón de los VIP, y una barra ya existente en lo que fuera el anterior negocio que ocupo este espacio y construida, si la memoria no me falla, con troncos pertenecientes a antiguas vías del ferrocarril. La cocina era pequeña, el horno antiguo, la nevera acristalada y el ambiente final conseguido cálido y acogedor.

Kábbalah se convirtió en el punto de reunión de los gayegos internacional-melancólicos afincados en la ciudad porteña. Allí representábamos, todos los jueves, La Sal de la Vida, y los jueves y viernes, La Internacional Melancólica, cabaret poético, político y barato y el mejor teatro mal hecho del mundo. Poco a poco, y gracias también a las muchas llamadas que hicieron sus dueños, fuimos consiguiendo un público fiel que no sólo venía a ver el espectáculo sino que, al acabar, se quedaba a hablar con nosotros, comentaba las mejores y las peores jugadas e incluso nos proporcionaban, sin ellos saberlo, ideas para la siguiente representación. Pero además, durante el resto de la semana íbamos acudiendo, juntos o por separado, para tomar un café o un trago y asistir a los conciertos y demás eventos programados; o sencillamente realizábamos la parada previa y obligatoria, anterior a la salida hacia dondequiera que nos condujeran nuestras apetencias en ese momento. Pero sobretodo, en lo que a mi se refiere -por los demás no puedo hablar-, en Kábbalah conocí a gente del barrio del Abasto, con la que mantuve conversaciones interminables sobre la historia de argentina, de su herencia española, la buena y la mala, y también, como no, de su herencia tana. Hablamos de economía, política, educación; tomé referencia de textos que hoy forman parte de mi biblioteca y soy poseedora de una pequeña joya musical, regalo de Roger Colom, que a su vez consiguió de manos de uno de los cartoneros del barrio.

En Kábbalah aprendí y trabajé y con ello cumplo dos de los objetivos que todo aquel que viaja debe cumplir. Lo escribió hace poco el gran Colom en Buenos Aires Ideal y estoy de acuerdo con él: "...para viajar hay que tener algo que hacer: probar la comida, explorar un misterio histórico, comprobar una teoría personal sobre algún asunto artístico, trabajar. El viaje verdadero siempre conlleva una misión, lo demás es turismo."

El Bar Cultural Kábbalah cerrará sus puerta definitivamente en diciembre, con un público fiel, con propuestas que han llegado al barrio y han gustado, se han ganado un lugar; pero también con la burocracia argentina a cuestas, como una losa, desde el primer momento, y contra esto poco hay que se pueda hacer.

Hasta su cierre seguirán ofreciéndonos propuestas de todo tipo, así que si no quieren lamentarlo en un futuro inmediato, todos aquellos que puedan, no se las pierdan. Vayan a Kábbalah, pidan una Salta y unos montaditos, empanadas o una pizza; dialoguen, intercambien y, sobretodo, disfruten del buen ambiente que se respira en el 3460 de Guardia Vieja.

Por cierto, el local no tiene perdida, a la entrada siempre está, vigilante, la Harley Davidson de Daff.


El rincón de los VIP


Público internacional-melancólico


Fans del Circo de la IM

sábado, 10 de noviembre de 2007

Mis mañanas

Mis mañanas son las mismas siempre. Abro los ojos, me pongo el pijama o algún atuendo cómodo para andar por casa, enciendo el ordenador, voy a la cocina, cojo una taza, la lleno de leche y la coloco en el microondas; un minuto y un poquito, mi micro es analógico, de esos con una ruedita que marca el tiempo sólo aproximadamente. Enciendo la radio y al poco suena el pitido microondero, recojo la taza con el líquido caliente, pero no demasiado; una cucharada rasa de azúcar, una y un cuarto de café soluble de marca desconocida, y, si es posible, una cucharadita de chocolate rayado, fondant por supuesto, y rayado con un pelapatatas directamente de la tableta. Cinco o seis vueltas de cuchara después el café capuccino casero esta listo para su ingestión, que será muy pausada, acompañada de varios cigarrillos e incluso interrumpida por la ida al cuarto de baño para proceder con el aseo diario, el primer aseo, el que despeja la faz de legañas y restos del sueño, las manos limpias y los intestinos y vejiga... pues como el cuerpo tenga a bien necesitar. Pero hasta ese momento los primeros tragos de café los tomo sentada en la silla de plástico azul del juego de mesa y dos sillas, en azul y amarillo, de fisher price, que Irene ocupó durante años para pintar y dibujar, escribir y comer.

Me siento apoyando la espalda contra uno de los armarios inferiores de la cocina, el que esta haciendo esquina con el del fregadero y de frente a la bancada más grande y que usamos como banco multiusos. Allí sentada paladeo el desayuno mientras escucho la tertulia matutina, el repaso de la prensa diaria, las noticias del día y las aportaciones de los diferentes comentaristas, todos ellos asiduos en la emisora, y que, después de años dedicados a participar en programas de radio, siguen sin comprender que si hablan todos al mismo tiempo, los que escuchamos no entendemos un carajo; me entran ganas de escribir una mail al programa para exigirles clases particulares sobre técnicas de conversación y discusión, pero nunca lo hago. Más que tertulias, a veces me da la sensación que aquello es una plataforma para el lucimiento personal y mitinero de muchos de los presentes; pero eso también está bien, de todo se aprende.

Y llega el momento de abandonar la cocina y sentarme ante el ordenador, que nunca ordena pero sirve para recopilar datos. Abro el correo y el navegador de internet, tras unos minutos paso a la carpeta de correo no deseado el spam recibido y la vacío. Leo el correo interesante y contesto aquel que deba ser contestado. Viajo por la red: a páginas de amigos y amigas, enlaces que llamen mi atención, algo de prensa. El café se ha enfriado y entonces el chocolate adquiere más presencia en el paladar.

Reviso la agenda y las notas escritas en el teléfono móvil, en la libreta de notas e ideas, en post-its y blocs diversos, y procedo a la preparación de las clases del día. Repaso las notas manuscritas al finalizar la clase anterior, como funcionaron las actividades planteadas, el énfasis o la falta de él en su desarrollo, las peticiones que me hicieron... y me decanto por ejercicios nuevos o repetidos.

Una hora antes de salir de casa preparo la bolsa: la carpeta con los listados de alumnos, la libreta de ejercicios, un par de cuentos, circulares para los padres si las hubiere, unas tiritas y algún que otro globo para jugar; la biblia de actividades, la agenda, la cartera, el teléfono móvil, la libreta de notas y los utensilios de escritura. Es entonces cuando llega la segunda visita del día al baño: me ducho, me peino y me limpio los dientes. Me visto, me calzo, me pongo la chaqueta; desconecto el mp3 del ordenador, ya cargado, y conecto los auriculares; paso el cable por mi nuca para que el peso de los auriculares no los haga caer al suelo y coloco el aparato en el bolsillo de la chaqueta. Me cuelgo la bolsa, me pongo el gorro, compruebo que no olvido nada y salgo por la puerta despidiéndome de Sol, la gata. Llamo al ascensor y, mientras llega, programo el reproductor: Kurt Elling, Tom Waits, John Lennon, Cassandra Wilson, Lila Downs, Bob Dylan o Coltrane son las opciones actuales hasta que agregue otras. Llega el ascensor, entro, pulso el botón del cero y guardo el mp3 en el bolsillo lateral de la bolsa. Saco un pitillo y el encendedor, salgo del ascensor y de ahí a la calle donde prendo el pitillo, meto la mano en el bolsillo y enciendo el reproductor. Tras escuchar el primer compás, cruzo la calle y me dirijo a la estación de metro.

Mis mañanas son siempre iguales y me gusta esa monotonía, esa repetición de acciones que me coloca en el mundo, cada mañana, del mismo modo, preparándome para descubrir las pequeñas diferencias que asomarán respecto de los días anteriores. Ya no intento imaginar qué ocurrirá sino que me preparo para analizar qué ocurre. Estresa menos y evita la sensación de fracaso, y ya no quiero interesarme por el triunfo o el fracaso, me resultan en extremo aburridos y sobretodo inútiles. Ahora me entreno para aprender de lo inmediato, analizar todas las respuestas posibles a los sucesos ocasionales y optar por la que me parezca más adecuada en cada caso. Si es la buena, genial, lo anoto: "Funciona, no hay que olvidarla". Si no funciona, magnífico, lo anoto dos veces: "Ojo, por aquí cagada", y espero la siguiente.

domingo, 28 de octubre de 2007

Homenaje II: Maulet, el gato-loro, y su tocayo el perro-hamster

Contemporáneo a Moro fue Maulet, el "Gato-Loro", un felino perteneciente a la raza siamesa y sin ningún pedigrí, pero tan particular en sus maneras que bien se merece una mención en este homenaje particular.

Ver jugar a mi abuelo con Maulet era como ir al circo, pero mejor, dado que estábamos protegidos por la confortabilidad del hogar y en un gato teníamos juntos a payasos, trapecistas y números de animales amaestrados, todo en uno y casi al mismo nivel que los circos que veía por televisión y que desgraciadamente nunca pasaban por mi ciudad. El único que siempre superó y superará a Maulet fue Charlie Rivel, el pallaso triste, con su guitarra sin cuerdas, subido a una silla y aullando a la luna; bueno, a ese foco enorme y de luz blanca que lo iluminaba sólo a él y que años después supe que se denominaba "cañón".

En casa de mi abuelo habitaban, por aquel entonces, una media docena de felinos y felinas que convivían en perfecta armonía con el único can de la familia, Moro. Pero Maulet era El Gato. No recuerdo haberlo visto nunca dentro de la casa familiar, del mismo modo que nunca vi a Moro en ella. Su territorio era el jardín y en él campaba a sus anchas como Emir del harén felino que regentaba, lo que por otro lado explicaba el hecho de que siempre hubiera gatos en aquella casa. Generalmente los gatos son conocidos por su independencia y una cierta animosidad hacia los seres humanos en general, y en particular hacia los seres humanos infantes, dedicados, en su mayoría, a agarrarlos del rabo y poner en práctica las mil y una barrabasadas con ellos, bajo la atenta mirada, o no, del amo humano, y siempre bajo amenaza de recibir, además del estiramiento del apéndice trasero, un buen mamporrazo si, ante el ataque infantil, el pobre animal tenía la ocurrencia de defenderse. Pero en el caso de Maulet tanto bestias como infantes estábamos bien entrenados por el abuelo: "Es un animalito, no piensa, y si le tiras del rabo no te va a decir, oye no me tires que me duele. Él te arañará o te morderá. Además a ti no te gusta que te hagan la puñeta no?, pues a él tampoco. Si queréis jugar con Maulet esperad que el abuelo esté con vosotros y si no sólo caricias, de uno en uno y despacito." Y efectivamente, el espectáculo comenzaba a la orden del abuelo, como maestro de ceremonias, en cuanto llamaba a Maulet.

Siempre acudía al primer toque, con las orejas levantadas, bien tiesas, y los ojos como platos. Se acercaba por alguno de los caminitos que la distribución de las plantas dibujaban en el jardín y se sentaba delante de mi abuelo a esperar la consigna. "¡Sube aquí!" le decía en cuclillas, y Maulet, de un salto, llegaba a su hombro. Se acomodaba allí como si fuera un loro pirata, pero sin perder su compostura felina, sentado bien tieso sobre sus cuatro patas; era, ahora que lo recuerdo con mirada de adulta, la viva imagen de la representación de la diosa Bastet pero sentado sobre un hombro en lugar de una peana y en macho. Una vez en su sitio Maulet se dejaba acariciar. A una indicación del abuelo le rascábamos la papada uno tras otro y en perfecto orden, con sumo cuidado y siempre entre risas, esperando que comenzara a ronronear y entornar los ojos de puro placer, tras lo cual empezaría a tambalearse ligeramente, perdería el equilibrio y, abriendo los ojos de golpe y soltando un ronquido, daría el respingo necesario para no caer del sitio que todos estábamos esperando. Tras esto llegaba el momento del espectáculo de verdad. Mi abuelo hacía bajar a Maulet del hombro y colocando sus brazos en forma de arco mirando al suelo le decía: "Maulet, salta" y el gato saltaba atravesando el aro, como atraviesan los leones o los tigres circenses los aros en llamas. De nuevo le pedía "Salta" y él, saltaba, y así una y otra vez mientras los nietos aplaudíamos encantados pidiendo bises. Cuando gato y anciano empezaban a cansarse, generalmente a los 15 minutos de función, mi abuelo nos mandaba a jugar a cualquier otra parte, Maulet subía de nuevo a su hombro y los dos se alejaban por el jardín. Sentada en una de las sillas metálicas de la terracita, bajo el sol del mediodía, me gustaba verlos ir hacia el huerto, a mi abuelo Pep y a Maulet sobre su hombro; el capitán pirata y su loro juntos, yendo hacia el puerto a preparar el barco para una nueva aventura.

No recuerdo nada absolutamente de la desaparición de Maulet de escena, lo intento pero no hay nada, ni un solo recuerdo. Supongo que es uno más de los muchos sucesos que la memoria borra porque no aporta nada nuevo, útil o significativo. Lo que importa de Maulet sigue estando en el disco duro.

Años después, siendo yo una adolescente y mi abuelo un poco más anciano, le regalamos un perrillo, ni a perro llegaba el pobre, cuyo tamaño no excedía del de un hámster corpulento. Un nuevo Maulet, así lo bautizaron, y como con su tocayo anterior, la relación entre ambos, aunque menos espectacular, tenía su particularidad.

De siempre, al menos que yo recuerde, mi abuelo solía vestir pantalones y camisa, una rebeca de lana con bolsillos y boina, según decía: "para que no se me resfríen los piojos, que no tengo pelo y si no cogen frío", y además, en aquella época, sufría de cataratas en los dos ojos, cosa que lo había dejado prácticamente ciego pero que nunca le hizo perder el buen humor, al menos ante sus nietos. Cada domingo, al visitarlos, mi abuelo nos recibía llevando a Maulet en el bolsillo izquierdo de la rebeca. Desde allí asomaban la cabeza y las pezuñitas del xixet que profería una especie de ladridos seguidos, siempre, de una carcajada general, el posterior susto para el perrillo que saltaba dentro del bolsillo y la mano de mi abuelo acariciándole la cabeza para calmarlo: "Ya está, ya está, no ha pasado nada". Mi hermana pequeña varias veces le preguntó: ¿Por qué llevas a Maulet siempre en el bolsillo? a lo que mi abuelo siempre respondía: "Por que no me veo y si no va ahí lo pisaré y adiós Maulet"; y durante meses hasta que el can empezó a crecer, Pep l'Estevenet y Maulet se paseaban por la casa el segundo en el bolsillo del primero.

Creo que puedo afirmar sin miedo a equivocarme, que el perro Maulet fue el primer animal que entró y habitó en la casa familiar de mis abuelos, y también supongo que la relación de mi abuelo con Maulet fue una de las que vivió con más intensidad, o al menos así lo creí cuando supe que el día que murió mi abuelo, Maulet, hecho una fiera, impidió durante horas que nadie entrara en la habitación donde se encontraba el cuerpo de su dueño. Durante el entierro, escuchando los comentarios que se hacían respecto al perro, supe que este no había sido un caso extraordinario, había pasado con otros perros y con otros amos, pero conociendo a mi abuelo y recordando a Maulet en su bolsillo izquierdo, imaginé que todo aquel cariño y protección que mi abuelo le dio con los años, ahora se lo estaba devolviendo, protegiendo esa puerta y a su dueño de todo aquel que no llegara con las mejores intenciones y el máximo respeto.

Maulet sobrevivió a mi abuelo bastantes años con cierta melancolía en la mirada y una buena dosis de mala leche que le aumentó con la edad; supongo que porque lo echaba de menos, a mi abuelo, el que me regalaba higos y fresas del huerto y me enseñaba como se secaba el tabaco, el que me presentó a Moro e hizo que fuera mi "amigo", el que me animó a seguir con el teatro si eso era lo que me gustaba y el que me enseñó a jugar al ajedrez, con sólo 6 años, y que, a veces, incluso se dejaba ganar.

jueves, 18 de octubre de 2007

Homenaje: El perro Moro

Siempre me ocurre, cuando hay bolos de La Sal de la Vida que, al repasar el texto, al ensayar, reviso lo escrito, analizo mentalmente el proceso de creación que seguimos para elaborar el texto e, inevitablemente, me vienen a la memoria retazos de mi historia, los mismos retazos que conforman los fragmentos más o menos autobiográficos de la obra. Y siempre uno de los grandes protagonistas de esos recuerdos, inevitablemente, es mi abuelo paterno Pep l'Estevenet.

La relación de mi abuelo con los animales domésticos era espectacular. Por supuesto que esos recuerdos son aún los que sentía como niña, con 7 u 8 años, y por supuesto que el trato que mostraba mi abuelo hacia los animalitos en cuestión no era el mismo ante sus nietos, y en particular ante su primera nieta chica, que era yo, que ante los demás miembros de su familia, adultos ellos. Pero son actitudes, situaciones y anécdotas que se quedaron ahí, en la memoria, imperturbables y que seguirán ahí, tal como los recuerdo, como algunos de los momentos más intensos de mi infancia y posterior pubertad.

Mis abuelos vivían en una casa grande, de dos plantas, en la Calle del Caudillo, ahora Carrer Major, de Bonrepòs i Mirambell. Habitaban la planta baja (el piso superior lo habitaron mis padres, con mi hermana y conmigo, desde que se casaron y hasta que nos mudamos a Torrent) a la que accediendo por la puerta principal entrabas en un hall enorme que hacia las veces de pasillo de la casa ya que a cada lado se veían las puertas de los cuatro dormitorios; y al fondo el espacio se ampliaba para albergar la gran mesa de comedor donde, en fechas señaladas, comíamos toda la familia, que hay que decir que es extensa. En este lugar aparecían tres nuevas puertas, una, a la izquierda, por donde se accedía a la Portalà, la segunda entrada a la casa y el lugar donde antiguamente se guardaba el carro y se apilaban los cajones y los sacos con los productos que se venderían en el mercado, aunque cuando yo lo conocí ya no había carro sino el coche de alguno de los tíos y lo que se apilaban eran trastos y cachivaches viejos que, por otro lado, componían el tesoro escondido que nos aventurábamos a conquistar, entre juegos, los domingos cuando íbamos a visitar a los abuelos, y por supuesto en secreto, porque si lo desordenábamos la abuela María o la tía Rosa amenazaban con cortarnos la cabellera. Justo al lado había una segunda puerta que daba a la salita de la televisión, una sala pequeña con un sofá de tres plazas al fondo y dos sillones orejeros en primer plano, una mesilla auxiliar bajo los ventanales, junto al sillón del abuelo, y una mesa aparador en el hueco tras la puerta; allí era donde se dormía la siesta y donde mi abuelo me enseñó a jugar al ajedrez.

A la derecha del salón otra puerta daba acceso a lo que anteriormente fue dormitorio pero que más tarde se trasformó en el cuarto de la plancha conforme mis tíos y tías se fueron casando y abandonaron el hogar familiar; y en la pared perpendicular estaba la gran puerta de doble hoja que daba paso al comedor de casa, el de todos los días, y que servía de algún modo de sala multiusos donde, aparte de comer, se tomaba el café, se recibía a las visitas y se mantenían las conversaciones de sobremesa. Con un armario aparador para guardar la vajilla buena, una alacena, la nevera y la estufa metálica con el capazo para los troncos de leña junto a ella. Dos butacones de madera con el respaldo y el asiento tapizados en terciopelo granate, uno en frente del otro, marcaban el lugar donde se sentaban a comer, cada día, mi abuela y mi abuelo. La de ella frente a la puerta de la cocina, la de él frente a la alacena. El resto eran sillas de boga corrientes.

Desde esta sala se accedía al gran jardín, mi lugar preferido de la casa. Era tan grande como el resto de la casa y se aparecía a la vista como una auténtica jungla, cuidadísima y espesa. Con plantas altísimas, enredaderas, ficus de hojas enormes, flores por doquier y los dos extraordinarios higos chumbos que mi primo Carlos atacaba cada vez que podía para cortar pequeños nudos, o frutos, que abría y se comía. Llegando hacia la mitad del jardín, a la derecha se encontraba el espacio donde estaban las jaulas de los conejos. Ni qué decir tiene que este era lugar de visita obligado, con el abuelo, cuando llegábamos a casa, ir a ver a los conejitos; y en la pared se distribuían en perfecto orden las herramientas para el campo: palas, picos, un arado, el yunque... y también, como no, las imprescindibles paellas: para doce, veinte y veinticinco comensales, que estaban junto al paellero o asador. También había gallinas ponedoras. Estaban en el piso de arriba, al que podíamos acceder desde el paellero, o desde el comedor, a través de un pasillo por el que también llegabas al único baño de la planta y al lavadero, que aún conserva la bomba de agua de hierro, roja, que funcionaba a palancazos y con la que no conseguí hacer subir agua por mí misma hasta tener trece o catorce años, y por donde, a través de una puertecita, mucho más humilde que las anteriores, se entraba en una estancia polvorienta llena de cajones, sacos de grano y mazorcas peladas y más herramientas. Una escalera de madera conducía al piso superior donde estaban las mencionadas gallinas y que se visitaba menos porque tanto niño las podía estresar y no darían tantos huevos como debían.

Al fondo del jardín estaba l'Andana, un espacio elevado y bastante grande que se utilizaba para secar los granos de maíz y el tabaco, y, de nuevo abajo, por una pesada puerta de madera con los cierres de hierro muy duros, se accedía al huerto donde mi abuelo tenía, entre otras cosechas, un níspero, una higuera y dos o tres hileras de fresas que cuando era temporada y nos entraba hambre invadíamos hasta hartarnos. La higuera además se convirtió en mi lugar predilecto cuando jugaba al escondite con mis primos, aquellas enormes hojas eran perfectas para el camuflaje.

El caso es que todo este espacio permitía que mi abuelo tuviera perros y gatos en casa, además de los ya mencionados animales para comer. Que yo recuerde, durante un tiempo, llegó a tener cinco perros y ocho gatos a la vez, todos ubicados en la zona del jardín, las conejeras y bajo l'andana. Pero hubo un perro en particular que marcó mi relación posterior con los canes: Moro.

De pequeña, y hasta los siete u ocho años, Moro era una especie de bestia peluda, negra y enorme que ladraba, enseñaba sus fieros caninos y que hizo que no me atreviera a entrar sola al jardín si no era acompañada por mi abuelo, a poder ser subida a sus brazos, y siempre por la zona de las conejeras, que se hallaban a unos prudentes diez metros de la caseta del perro y la cadena que lo ataba ya sabía yo que tan larga no era. En una de estas ocasiones, un día que habíamos llegado antes que el resto de familiares y por lo tanto podía disfrutar de la atención de mi abuelo prácticamente en exclusiva, me pidió que lo acompañara al huerto. Tragando saliva pero sin perder la compostura, porque ya era una chica mayor y tenía que ser valiente, le cogí la mano y emprendí el camino. Esta vez entramos al jardín desde la portalà, lo que inevitablemente hacía que pasáramos a un metro escaso de la caseta del perro, y por ende de Moro. Me temblaban hasta las uñas, iba agarrada a la mano de mi abuelo intentando mantener su paso pero convencida que, si nadie lo evitaba, caería allí mismo devorada por las fauces de la bestia. En cuanto Moro nos vio aparecer empezó a ladrar como si se acabara el mundo lo que provocó de manera instantánea e inconsciente que me agarrara a la pierna de mi abuelo soltando un gritito de pavor, sutil, me contuve, pero grito al fin y al cabo, y claro, mi abuelo se percató.

"¿Qué te pasa? ¿Que Moro te da miedo?", preguntó. "Si, es que ladra mucho y me quiere morder". "¿Cómo? Eso no puede ser. Ven aquí" me dijo. Y agarrando mi mano nos acercamos a la caseta. Ni que decir tiene que la piel no me tocaba el cuerpo, pero mi abuelo me dijo "No tengas miedo que yo no me voy" y cuando nos encontrábamos a un metro le gritó al perro: "¡Moro, ven y siéntate aquí!" En ese preciso instante Moro dejó de ladrar, se acercó moviendo el rabo y con la lengua fuera y se sentó delante nuestro. "Esta es Gemma. A ver, dale la pata y salúdala" ¡Y le hizo caso!. Moro levantó su enorme pezuña y esperó que yo le acercara mi mano, vuelta hacia abajo como me indicó mi abuelo. En cuanto mano y pezuña conectaron Moro acercó su hocico a mi cara y me estampó un lametazo desde el cuello hasta el nacimiento del pelo que, a parte del lógico empape facial, me hizo cosquillas. "Muy bien Moro" le dijo mi abuelo, "y así tienes que hacerlo a partir de ahora ¿entiendes?". A una indicación de mi abuelo volví a acercarle la mano y se repitió la escena, pero esta vez, después de lamerme acercó su cabeza y la empujó contra mi mano para que se la acariciara. Finalmente mi abuelo fue solo al huerto, yo me quedé jugando con Moro, y desde ese día, cada vez que llegaba a casa de mis abuelos, saludaba a mi abuela, saludaba a mi abuelo y corría a saludar a Moro, que de bestia parda pasó a convertirse en mi perro guardián y protector con el que nunca podría pasarme nada malo y que me salvaría ante cualquier peligro.

Años más tarde, siendo yo una adolescente, al llegar un domingo Moro no estaba. "¿Y Moro abuelo?". "Ya no está", me dijo, "se ha ido". Mi tío me contó que una mañana lo atropelló un coche frente a la puerta de casa y él, sabiendo que iba a morir, decidió irse lejos de casa, donde no lo vieran sufrir y así recordarlo como lo habíamos conocido.

No se si fue así o no, no se si Moro llegó a pensar tanto, si fue instinto animal, como el de los elefantes que van a morir a un valle especial, o sencillamente murió delante de casa, lo enterraron y me contaron esa historia para que sufriera menos la pérdida. Fuera como fuera me quedo con la historia que me contaron como la verdad auténtica. Ya con los demás animales con los que he convivido o he pasado parte de mi tiempo, de más mayor, la muerte ha asomado de manera más real, más cruda, pero mi historia con Moro, gracias a mi abuelo, se mantendrá así de tierna, así de infantil si quieren, provocando siempre, cada vez que lo recuerdo, una sonrisa y la sensación de haber formado parte de una historia mágica y fantástica donde un perro esperaba impaciente la llegada de su amiga, cada domingo, para jugar a hacerse cosquillas.

Continuará

Lo personal es político

Hace mucho que quería escribir sobre el trabajo de Carmen Castro, una mujer que, como ella dice, el camino se hace andando y, sin duda alguna, anda mucho, y aprovecha el camino para mirar, buscar, investigar, y reflexionar sobre la situación de la mujer, social y políticamente; con una mirada crítica extraordinaria y una capacidad de trabajo que tira literalmente de espaldas.

Es creadora de Sin Género de Dudas, Lkstro y, desde hace un par de días, de un nuevo espacio para enredarnos: Lo personal es Político. Para explicar el qué y el porqué de este nuevo espacio no encuentro mejores palabras que las de la propia autora:

lopersonalespolítico.com es un espacio en la red donde mirar, reconocernos y aprender de las experiencias, del conocimiento y del saber de mujeres y hombres que con su actividad en la Red contribuye a abrir fronteras y crear espacios de igualdad y libertad.

Un recurso desde el ciberfeminismo y una iniciativa para experimentar con la autoridad distribuida en la red, con el fluir de una conciencia crítica, feminista, desde diversas perspectivas, haciéndolas circular y con ello promoviendo su visibilidad.

Un portal abierto, cambiante y relacional, que irá integrando una multiplicidad de voces, incorporando las experiencias vividas desde diferentes realidades y por diferentes personas que intentan construir, con su experiencia individual, una realidad vivible y sin fronteras; de personas que entienden que su vida privada tiene una clara dimensión política y que deciden utilizar la red para proyectar su ideología cotidiana de transformación social, con su estilo de vida propio, promoviendo relaciones igualitarias en lo personal y en lo profesional.

De nuevo Carmen Castro nos ofrece un espacio para encontrarnos y dialogar, para aprender y descubrir, para analizarnos y conocernos. Se lo recomiendo sinceramente, merece la pena.

martes, 9 de octubre de 2007

La Mantequería San Carlos

"No logro comprender de donde saca usted su excelente estado de forma" -le dijo el doctor a Miss Marple; a lo cual ella contestó- "De los largos paseos que hago todos los días, doctor". Y es que pasear, andar, callejear es un deporte poco practicado a no ser que sea por imposición económica. Andan los que no tienen coche, los que ajustan el bono bus y el bono metro al máximo y los ancianos que siempre anduvieron pero ahora con más razón porque así lo ha ordenado el médico. Y también ciertos elementos (entre los que me incluyo desde hace poco, he de reconocerlo) que programan sus actividades diarias incluyendo en sus quehaceres el tiempo de realizar los desplazamientos en el Coche de San Fernando para, de este modo, poder recopilar las cada vez más necesarias notas sobre las que, más tarde, poder reflexionar y/o escribir. Creo sinceramente que sin haber observado con cierta atención nada hay que poder recordar, lo que, sin duda, provoca la pérdida de todos los pequeños descubrimientos que seguro enriquecerían nuestra propia biografía. Pero bien pueden pensar que ésta es sólo una opinión personal más así que no tienen porqué estar de acuerdo y pueden, o no, decantarse simplemente por leer lo que otros ha visto.

Jueves 20 de octubre. Paseando por el casco antiguo de la ciudad de Cádiz, en el cruce de la calle Manuel Rancés con Fermín Sandoval me encontré este comercio, que en realidad son cuatro en uno, con apariencia de llevar años a su espalda ocupando este tramo de calle: La Mantequería San Carlos. Al preguntar al dueño por la historia del local me responde que cuatro generaciones lo han regentado, reformado por última vez hace 40 años y convirtiéndose así en lo que es hoy en día.

El local tiene planta rectangular y vendrá a ocupar unos 100 metros cuadrados (más o menos, nunca he sido buena midiendo). La barra rodea todo el establecimiento formando una "U" y separando el espacio para los clientes, que es bastante amplio, del destinado a los productos que en él se ofertan, por fuerza concentrado, y varias columnas ayudan a sujetar el peso del edificio que la fachada acristalada, intuyo, no aguantaría por sí sola.

En la zona de la Bodega, el primer espacio que se ve según se accede al establecimiento, lo primero que llama mi atención son las neveras, de las antiguas, con puertas acristaladas y cierre con palanca metálica; como las neveras de las películas americanas, de esas que hacen calp clap al abrir y al cerrar. Albergan cervezas, botellas de fino, refrescos y agua a la espera de ser consumidas por la clientela. Hay dos mesas con sillas a su alrededor. En una de las paredes se ven barriles con fino y vino apilados y, decorando la única pared que queda sin ventanas, los infaltables carteles de corridas de toros de todas las épocas. Pido un fino, mi primer fino gaditano en Cádiz, fresquito, muy rico, pregunto al bodeguero cuanto cuesta: "50 céntimos señorita" -me dice. "¿50?, ¿Sólo?" -pregunto. "Si claro" -contesta el dueño. Pido otro.

Atravesando un arco se accede al segundo espacio: el Estanco. Si lo piensan tiene su lógica, todo bar tiene su máquina de tabaco y en este caso también, solo que no es máquina y además, si la ofreces, recibes conversación. Abastezco mis necesidades de fumadora empedernida y prosigo con el recorrido visual mientras espero las vueltas. Las botellas de champú, detergentes y los paquetes de compresas no dejan espacio para la duda, junto al estanco se abre una Droguería. No se me ocurre conexión o relación con la bodega pero desde luego ayuda una barbaridad, sobre todo en esos casos en que, sino no se anota la lista de la compra, siempre acaba una olvidando el papel higiénico o el detergente para la lavadora. Los que nunca olvidamos el tabaco, por fin tampoco olvidaremos la colada.

A continuación, justo donde la barra dibuja la segunda curva de la "U" empieza la Charcutería, con su vitrina refrigerada y repleta de quesos y fiambres varios. A este cuarto espacio si que le encuentro relación; como en el caso del estanco, en todo bar se sirven picadas, montaditos o algún que otro encurtido para acompañar con el vermú, así pues con la charcutería incluida en el espacio la Mantequería San Carlos no sólo ofrece entremeses a sus clientes, sino que, además, permite el self service.

Otro detalle más a su favor: salvo por el sonido de las conversaciones entre clientes y dependientes, el lugar está en silencio. Este es uno de esos escasísimos locales a los que puedes ir con alguien a tomarte una copa y mantener una conversación, sin que las cuerdas vocales acaben resentidas de tanto gritar para ser oída debido a la música ambiental y/o al televisor encendido a todas horas, emita lo que emita, y a todo volumen. Y sí, hay que anotarlo, este comercio es sencillo, su decoración parquísima y está exento del glamour que, según marca la moda, todo local que se precie debe tener para atraer a los clientes "de categoría", pero se bebe bien y a excelente precio, la picada va al gusto, el tabaco al mejor precio y la conversación se practica en las mejores condiciones. ¿Qué más se puede pedir? Definitivamente y sin ninguna duda todo esto lo convierte en lugar de paso y parada obligada cada vez que regrese a la ciudad.

A todos y todas ustedes se lo recomiendo también. Y a La Mantequería San Carlos le deseo una larga y próspera vida.

miércoles, 3 de octubre de 2007

La Sal de la Vida

Damas y caballeros hoy la cosa va de teatro y este es un hecho extraordinario ya que, de momento, me verán escribir poquísimo sobre teatro; a pesar de ser la mayor de mis pasiones además de mi profesión y, por tanto, a pesar de tener muchísimo sobre lo que reflexionar. Por de momento sin embargo no quiero escribir sobre el arte de Talía, lo cual no significa, por otro lado, que no me auto-publicite. Sería bien estúpido por mi parte ser la creadora de un blog personal, hablarles de lo propio y lo ajeno y dejarme en el tintero el anuncio de las pocas pero memorables ocasiones en que puedo ofrecerles lo que mejor se hacer.

El caso es que durante el mes de octubre la Companyia TEA3 se congratula en anunciarles dos nuevas representaciones de su espectáculo "La Sal de la Vida" que tendrán lugar el próximo día 15 de octubre a las 5 de la tarde en Molina de Aragón (Guadalajara) y tres días más tarde, el 18, en Vila-Real (Castelló) a las 22'30. Si están por la zona y les apetece aquí quedan invitados para que acudan y paguen su entrada, gracias a la cual después de escasos 60 minutos tendrán derecho a aplaudir, patalear, silbar y/o lanzar flores o tomates según sea su gusto; pero no antes del final. TEA3 no es tan revolucionaria como La Internacional Melancólica, prefiere mantenerse todavía en una vía más clásica y seguir la tradición (nos guste más o menos).

A continuación y para abrirles el apetito teatrero les dejo nuestro programa de mano con alguna que otra información sobre la obra y la imagen de la misma, que no es una fotografía porque no nos dio la gana, y porque creemos que el cartel que ha de representar una obra tiene que contar o aportar datos sobre lo que se va a representar y para ello, como por otro lado se ha hecho siempre, una ilustración es lo ideal y esta, además, es fantástica, si me permiten que se lo diga.

Aquí les dejo la noticia, si vienen a vernos y tras el hecho quieren ustedes dejar anotada su opinión al respecto será un placer para la que les escribe y al mismo tiempo la oportunidad perfecta para iniciar un nuevo campo de anotaciones que tarde o temprano tendré que abrir.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Linea 1 en Cádiz

22 de octubre, me dirijo a la parada del bus, línea uno. Una anciana, menuda, de frente despejada, pelo escaso, completamente blanco y suelto, con los ojos muy abiertos y curiosos, todavía de niña traviesa, viene observándome desde el otro lado de la calle. Me mira directa y fijamente. Al llegar a la parada me siento en uno de los bancos y prendo un pitillo, la observo de reojo esperando su reacción que no tarda en llegar. La viejita se me acerca con sus dos ojazos abiertos de par en par y me suelta: "Solo con ver la televisión ¿no se te quita el vicio?" Creo que estas fueron sus palabras exactas, aunque teniendo en cuenta la peculiaridad del acento gaditano y mi escaso entrenamiento en esta variante dialectal vaya usted a saber; pero el "concepto" si que era este. Ya no dice nada más, se queda ahí, a mi lado, mirándome, y es entonces cuando descubro que lo que mira fijamente es mi espesa melena suelta.

El autobús llega coincidiendo con uno de mis compañeros de trabajo que corre para no perderlo. Durante el trayecto hacia el casco antiguo casco antiguo, al pasar por el puerto, elucubrábamos sobre la ruta de uno de los barcos que vemos desde el autobús. "Va a las Islas canarias. El Correo Canario se llama" nos comenta de repente una señora, y aprovecha la coyuntura para narrarnos su viaje en El Correo a las islas; un viaje organizado al que fue con unas amigas, divino y que le salió muy bien de precio. Estoy convenida que se trató de un viaje organizado por el Imserso pero por supuesto ella no lo menciona; es coqueta y desde luego todavía muy joven.

Hay otro pasajero que llama mi atención, es la segunda vez que me lo encuentro por lo que supongo que es viajero habitual de esta línea. Tiene entre 37 y 40 años, es ciego y viaja con perro lazarillo. Siempre se sienta en el mismo sitio, le manda al perro que se siente a su lado, con un ademán, y con la cabeza erguida y en silencio hace su viaje. El perro, a su lado se sienta también erguido, mira a su dueño, mira alrededor, luego al frente y se queda en silencio, y siempre, tras dos paradas, se tumba con las patas delanteras cruzadas y resopla suavemente, como resignado a seguir allí dentro hasta llegar a su destino. Nadie los molesta, nadie se acerca al perro para nada, está trabajando y mientras se trabaja no se hacen relaciones sociales, todos los pasajeros lo saben, el dueño lo sabe y el perro también.

martes, 18 de septiembre de 2007

Ver, mirar, observar, contemplar.

Como todo en esta vida aprender a observar es cuestión de entrenamiento. Empezamos por ver, por percibir los objetos mediante la acción de la luz y, ante la necesidad, aprendemos a mirar o dirigir la vista hacia determinadas cosas o personas que buscamos, necesitamos o nos llaman la atención. Pero lo que es mirar, en su acepción curiosa, miramos más bien poco. Detenerse en la observación es algo que se considera, muchas veces, una pérdida de tiempo y, algunas, un acto de mala educación, sobretodo si se observa a otros seres humanos. En cuanto alguien se siente observado generalmente se pone a la defensiva, hay quien incluso adopta una actitud agresiva; una mirada atenta se percibe como un ataque o como si estuviera siendo juzgado, y son pocos los que se plantean o llegan a interpretar simple curiosidad en la mirada del otro.

Mi amigo Roger Colom es un mirón. Lo observa y lo contempla todo o casi todo, o lo que es lo mismo: examina atentamente y piensa, medita, reflexiona lo que ve con atención y cuidado, lo que le lleva a imaginar diferentes interpretaciones de una misma cosa y, por ende, preguntarse constantemente el qué, el cómo y el por qué de gran parte de lo que ve. En "Sorpresas y hallazgos", una de las secciones de Paseante Extranjero, encontrarán un ejemplo de lo que les comento, aunque hay muchos más en cualquiera de los apartados de Buenos Aires Ideal. Para empezar, les recomiendo "Avistamientos" y "Edificios".

Por mi parte le agradezco su curiosidad y el hecho de que todos estos años trabajando juntos me haya obligado, directa e indirectamente, a entrenarme a diario en la mirada, la observación y la contemplación; tal vez para seguir aprendiendo, o puede que, sencillamente, para divertirme con los pequeños descubrimientos.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Mercado medieval

Domingo por la tarde, dos de septiembre, fiestas de Alaquàs. Son las 5:45 de la tarde y el sol calienta lo suyo. Las paradas de artesanía están ubicadas alrededor del castillo y los artesanos empiezan a colocar sus productos: azulejos de barro con ilustraciones antiguas; cuadros hechos con hojas y flores secas; colgantes, collares, pulseras; mantelerías; cuencos y fuentes de vidrio. Stands de asociaciones que fomentan el comercio justo, asociaciones de inmigrantes, de juegos de Rol, de chocolateros, de panaderos... De todas las paradas la que más me ha gustado es la de la señora que hace bolillos. Descubrirla ha sido como un retorno a la infancia, a la plaza de San Pascual, donde cada tarde una anciana, cuyo nombre no recuerdo, con su pañuelo en la cabeza, vestida de negro y con delantal, salía a la puerta de casa con su silla y aquel armatoste lleno de palitos que aguantaban miles de hilos finísimos y todo un laberinto de alfileres que sujetaban la labor clavados en la almohadilla. Y el sonido, ese rítmico ir y venir de los bolillos de madera. Eso era, con diferencia, lo mejor, el clipi-clapa de los bolillos.

Al otro lado de la calle aparecen los tenderetes de comestibles y demás comerciantes: los quesos, embutidos y encurtidos; los productos de piel: bolsos, carteras, alforjas; las muñecas de trapo; la bisutería; los amuletos; y los perfumes, una mezcla sin sentido de olores y fragancias que surgen de flores y pétalos de madera, frasquitos de esencia, varillas de incienso, jabones, geles de baño y aceites que se mezclan con el aroma de los quesos y el embutido, el vinagre de los encurtidos, el aroma de las crepes, las pizzas, el choripán con chimichurri, la tetería mora, la cerveza, los dulces, las gominolas y los cuatro burros, encadenados uno detrás de otro, que trasportan por la plaza a niñas y niños en trayectos de cinco minutos cada uno mientras van dejando, a su paso, regalitos que a su vez también asaltan las ya de por sí atrofiadas papilas olfativas de los mirones y paseantes que conforme pasan las horas van abarrotando, cada vez más, las estrechas callejuelas.

Para los más pequeños hay además un Tiovivo manual. Lo conduce un hombre ataviado con un traje a rombos amarillos y azules que, agarrado a un pilar con soporte, camina sobre la plataforma de madera donde está colocada la única hilera de caballitos, también de madera. La música la proporciona una campanilla que el caminante hace sonar durante todo el viaje.

A medio camino hacia ninguna parte el conductor cambia de posición y retoma el andar, esta vez en sentido contrario. Con el cambio de marcha la niña del vestidito rosa y las dos trenzas que lloraba hacia delante llora aún más fuerte, pero esta vez yendo hacia atrás.

domingo, 9 de septiembre de 2007

La guillotina-piano

En el día de hoy, estimado público, me congratula anunciarles nuestra primera conexión con La Factoría de Ultramarinos Imperiales, espacio que seguro se convertirá, en más de una ocasión, en parada recomendada y de interés turístico a lo largo de nuestro viaje.

Josep Izquierdo publica cada viernes, en Libro de notas, su columna La guillotina-piano. Esta semana reflexiona sobre el anuncio de que 'Noche Hache' se constituye en partido político de cara a las próximas elecciones generales en España.

"Ya estaba yo resignado a aburrirles, como siempre, cuando han colgado la noticia de que Eva Hache, sí, la presentadora del programa ese de Cuatro que nunca veo porque ya es demasiado tarde para mí en más de un aspecto, va a presentarse a diputada en las próximas elecciones por su programa, que inscribirá como partido. He leído la noticia varias veces por si sólo era una chufla, pero, aunque lo es, parece que va en serio."

Cliquen sobre el texto que aparece en color, viajen hacia la noticia y regresen raudos para aportar su opinión.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Savoir faire


Hace unas cuantas semanas leí esta noticia durante un trayecto en metro. Es otra noticia más de las miles de noticias publicadas en la sección de sucesos de un diario cualquiera, para avivar y mantener en buen estado el morbo del personal.

Lo que llamó mi atención, y me hizo enorgullecer una vez más del nivelazo periodístico que se prodiga en nuestras tierras, fue la "obvia" revisión de los textos a publicar.

Se que es moda, o tendencia, en los medios publicar sus noticias bajo el esquema: titular, entradilla y cuerpo de la noticia. Y me parece estupendo, y muy a menudo práctico, ya que le permite a cualquiera estar más o menos informado sin tener que leer la noticia al completo; con la entradilla, la mayoría de las veces, basta. Pero hay que leerse la entradilla, al menos, para llegar a la tan deseada información. Y esto es lo que me da a mi en la nariz que se le olvidó hacer al encargado o la encargada de colgar el anuncio anteriormente mencionado, leerlo antes. Se que cuanto más grande todo, más elaborado parece y mejor luce, pero ¿quieren ustedes decir que hace falta que luzca tanto?

lunes, 3 de septiembre de 2007

¡Por catalanes!

Señoras y señores aquí tenemos una demostración más del "excelente" estado de salud mental que se disfruta en la ciudad de Valencia:

En la madrugada del sábado 1 al domingo 2 de septiembre de este año la Sede de Ca Revolta, en Valencia, fue atacada a base de perdigonazos por unos desconocidos; porque son nacionalistas, o al menos esa parece ser la excusa. La noticia si la quieren leer esta en Levante EMV. Pero lo más divertido, si hay algo divertido en todo este asunto, es que los personajes que atacaron este local son igualmente nacionalistas, y para demostrarlo pintaron en las paredes de dicha sede las máximas CATALANS MAI y FORA D'ACÍ, "catalanes nunca, fuera de aquí", un claro ejemplo del fascismo más exquisito habido y por haber. Aunque claro, qué podíamos esperar de una ciudad que disfruta sin ningún pudor de la derecha más rancia y podrida de nuestro país y además se enorgullece de ello.

Desde hace unos años he tenido la oportunidad de colaborar en diferentes iniciativas emprendidas por Ca Revolta, he representado obras en su sede y he participado en actos organizados por este colectivo; pero también he estado en desacuerdo con sus planteamientos en muchas ocasiones, he discutido puntos de vista y opiniones, y he podido hacerlo sin tener que desenfundar, sin apedrear, sin insultos ni agresiones de ningún tipo. He ejercitado esa práctica tan rara y en proceso de extinción denominada diálogo.

Lo que me preocupa, y mucho, de este suceso es el retrato que hace de la sociedad valenciana en general. Maldita sea, dispararon un local con personas dentro. Cargaron un arma, apuntaron al objetivo y la descargaron atravesando ventanas y agujereando paredes. Pero seguro que no es para tanto. Total ellos se lo ha buscado por catalanes, por nacionalistas de mierda, por hablar en valenciano en Valencia, por opinar pero no ser de la misma opinión que los pistoleros en cuestión. Unos pistoleros que expusieron su opinión ¿dando la cara?, ¿con valentía?, ¿defendiendo abiertamente sus convicciones? Por supuesto que no, que osadía sería esa. No, lo hicieron como deben hacerse las cosas, a escondidas y desde la más absoluta ignorancia, no sea cosa que a algún testigo ocasional se le ocurriera preguntar por qué y tuvieran que responder ¡por catalanes!.

viernes, 31 de agosto de 2007

Viaje a Lanús

21 de agosto. Era la primera vez desde que llegamos a Buenos Aires que utilizábamos el trasporte ferroviario. Un amigo nos había invitado a ir a almorzar a su casa en Lanús, un barrio, o partido como lo llaman allí, situado al sudeste de la capital, en el Gran Buenos Aires.


Viajar en tren de cercanías en Buenos Aires es toda una experiencia para los que llegamos del primer mundo al segundo; y es que, aunque me duela decirlo, hoy por hoy Argentina pertenece al segundo mundo. Llegando a la estación el taxista nos advierte de los peligros a los que nos vamos a enfrentar. "Vigilen a los niños pequeños, son muy rápidos y a la que se descuiden les agarran la bolsa y ya no los ven más. Vayan con mucho cuidado por favor, sobretodo en la boletería, es muy peligroso". En cuanto entramos en la estación inspeccionamos el panorama y vemos todo un ejército de niños y niñas de entre 5 y 10 años repartidos por las diferentes ventanillas de venta de billetes. Los ojos abiertos de par en par, lo ven todo, lo miran todo y seleccionan, de entre toda la muchedumbre, a los posibles incautos. Por un segundo me ha parecido ver como una cartera pasaba del bolsillo de un señor al bolsillo de los pantalones sucios y zarrapastrosos de un infante, pero no me atrevería a jurarlo de tan rápido como ha ocurrido. Y lo que me invade no es miedo, es una mezcla de curiosidad, sorpresa y tristeza. No es, ni de largo, el primer niño ladrón que veo desde que llegamos; a estos hay que sumarles los muchísimos que piden golosinas mientras esconden las que ya han conseguido, o piden un peso, o tocan un tango o una milonga con un bandoneoncito destartalado en una esquina, bajo el frío húmedo del invierno porteño.


Encontramos la vía de salida de nuestro tren. Está lleno de gente, a reventar, y hace calor dentro. Alguien nos explicó que mucha gente pide para comprar un billete de trayecto completo y se la pasan viajando todo el día pidiendo de vagón en vagón, o hacen el último trayecto, se esconden un momento y duermen en el vagón para pasar la noche al abrigo.


Nuestro viaje tiene una duración aproximada de 20 minutos, todo depende de los accidentes que puedan ocurrir mientras, y ya desde antes que la máquina emprenda destino el espacio se convierte en un mercadillo donde te pueden vender prácticamente de todo: pilas para la radio o el mando del televisor, cuadernos coloreables con cinco lapiceros de colores diferentes, refrescos, sándwiches, biromes (o bolígrafos)... Llegando a Lanús, a poco metros de la estación el tren se detuvo como unos cinco o quizá diez minutos. Puede -pensé- que porque se acerca otro tren y este tramo es de una sola vía. Pero no, se veían dos vías, una de ida y otra de vuelta. Cuando llegamos nuestro anfitrión nos informó: alguien se había caído, o se había tirado, a las vías; "Pero no se preocupen, ocurre muy a menudo. Vamos que les enseñaré mi negocio".

jueves, 30 de agosto de 2007

La comanda de cafés

Hace unos años fui invitada a un comida de, llamémoslo trabajo, durante la Mostra de Cinema del Mediterrani en Valencia, a la que asistían, entre otros, un grupo de cineastas y actores brasileños que presentaban sus trabajos en el citado certamen; y tras un largo y seguro que cuidadoso estudio, los comensales valencianos fuimos siendo acomodados entre dos de los foráneos.

La comida trascurrió entre conversaciones sobre cine y políticas culturales hasta que llegamos al momento de los cafés. Imagínense la situación, casi 20 personas pidiendo café en esta santa ciudad donde cada demanda cafetera es un mundo por sí solo. Por parte de los invitados no hubo grandes complicaciones, excepto la lingüística, que para nuestro sagaz camarero comportaba todo un reto, repitiendo en voz alta cada pedido mientras interrogaba con la mirada a los castellano parlantes allí presentes para que le confirmáramos que lo que había anotado era en efecto lo que el susodicho extranjero había pedido. Al mismo tiempo que esto tenía lugar, los comensales "autóctonos" aprovechábamos para hacer, también, nuestro pedido. Todos al mismo tiempo como ten que ser y por supuesto cada uno de estos pedidos, aunque en lo fundamental fuera igual al anterior, iba matizado con los gustos específicos del cada cliente en particular. Este hecho provocó en uno de los brasileños sentado frente a mí una comprensible curiosidad y la pertinente pregunta: "¿Pero cuantos tipos de café tienen aquí?". "Pues mire usted, es difícil de contestar. En teoría el café es café pero lo adornamos mucho". Y procedí a narrarle alguna de las particularidades existentes.

Supongo que cada cultura tiene su propia manera de pedir el café, como tantas otras cosas, y la sociedad creadora de tales formas culturales lo pide de manera inconsciente. Nadie se para a plantearse cómo especifica las comandas, las pide y en paz. También supongo que no somos los únicos en el universo mundo con este batiburrillo de especificaciones cafeteras; cada zona tendrá su listado, pero somos los viajantes extranjeros los que al visitar una u otra ciudad notamos y/o sufrimos todas estas particularidades al disponernos a disfrutar del estimulante brebaje.
El caso es que tras escuchar, con suma atención y una buena dosis de humor la citada lista, mi interlocutor añadió: "¿No se ha planteado usted nunca plasmar por escrito todas estas variaciones?". Tomé nota de la propuesta y al llegar a casa procedí con ella.

La lista resultante, para la zona de la provincia de Valencia, y por supuesto incompleta puesto que cada día aparecen variaciones nuevas, es la anotada a continuación y en ella han de distinguirse cuatro apartados fundamentales:1. el Contenido, 2. la Estimulación, 3. el Contenedor y 4. el Aditamento. Procedo con ella.

Café (=Bebida que se hace por infusión con la semilla del cafeto tostada y molida.)
Solo o expreso, largo y americano.
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre.
En taza de café, vaso de carajillo (vaso pequeño), tazón o vaso de cristal.

Cortado (= Café con leche pequeño)
Largo de café, corto de café, con la leche natural, fría o caliente, y con espuma de leche.
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre.
En taza de café o vaso de carajillo.

Café con leche
Corto de café, largo de café, con la leche natural, fría, caliente y con espuma de leche.
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre.
En tazón o en vaso de cristal.

  • Estas tres variedades pueden, además, servirse tocadas de: whisky, cognac, anís, Baileys… o sin tocar.

Carajillo (= ½ café + ½ licor en vaso pequeño)
Con cognac (Soberano, Terri, Magno, Carlos V, Carlos I...), anís (Chinchón dulce o seco, Del mono, Marie Brizard...) whisky (Dyc, J.B., Ballantines, Passport, Cutty Sark, White Label, Johnnie Walker...), Baileys...
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre.
En taza de café o vaso de carajillo.

Bombón (= café con leche condensada)
Corto de café, largo de café, corto de leche y largo de leche.
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre.
En taza de café o vaso de carajillo.

Con la aparición de las franquicias cafeteras llegaron los especiales:

Capuccino Italiano (= café, espuma de leche y cacao)
Corto de café, largo de café, con espuma de leche fría y caliente.
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre. Con cacao rallado y sin el.
En tazón o en vaso de cristal.

Piccolo capuccino Italiano (= café, espuma de leche y cacao pequeño)
Corto de café, largo de café, con espuma de leche fría y caliente.
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre. Con cacao rallado y sin el.
En taza de café o vaso de carajillo

Capuccino Especial (= café, nata y ralladura de chocolate)
Corto de café, largo de café, con nata fría y templada.
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre. Con ralladura de chocolate y sin ella.
En tazón, en vaso de cristal o en copa sin sombrillita.

Piccolo capuccino Especial(= café, nata y ralladura de chocolate)
Corto de café, largo de café, con nata fría y templada.
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre. Con ralladura de chocolate y sin ella.
En taza de café, vaso de carajillo o en copa pequeña sin sombrillita.

Café irlandés (= café, nata y whisky)
Corto de café o largo de café, corto de whisky o largo de whisky y con nata fría o caliente.
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre.
En tazón, vaso de cristal o en copa.

Vienés (= café con nata montada):
Corto de café, largo de café, corto de nata y largo de nata.
Normal, descafeinado de máquina y descafeinado de sobre.
En tazón, vaso de cristal o copa con sombrillita.

Además siempre pueden elegir, cuando el local lo permita, el tipo de café que más le guste (si los ha probado todos) o con el que más farde (si no ha probado ninguno pero sabe en que lugar del ranking mundial se encuentra). Los tipos son: Colombia, Guatemala, Puerto Rico, Kenia, Costa Rica o Blue Mountain (Brasil).

(Infusión de las hojas del Té, secas, arrolladas y tostadas ligeramente)
En bolsita, infusionado y reposado.
Solo, con leche caliente, leche fría, nube de leche y con limón.
Con teína y desteinado.
Tocado y sin tocar.
En tazón, en vaso de cristal o en vaso de carajillo

Tipos de tés disponibles: Earl grey, Breakfast, Twinnings, blanco, verde, rojo, moruno, ceylan, de jazmín, de rosas, con fruta de la pasión y mango, con chocolate y menta, con frutos rojos y con melocotón.

Infusión (Bebida que se obtiene de hierbas aromáticas introducidas en agua hirviendo.)
En bolsita, infusionada y reposada.
Solo/a, combinada (varias hierbas), con limón, con naranja y con menta o hierbabuena.
Tocada y sin tocar.
En tazón, en vaso de cristal o en vaso de carajillo

Tipos de infusiones: Poleo, manzanilla, tila, valeriana, eucalipto, anís, menta piperita, menta acuática, tomillo, flores de azahar, hierbabuena, rabo de gato, cola de caballo, romero...

En cuanto al apartado número cuatro: el Aditamento, todos los productos descritos pueden ser pedidos y tomados:
Sin azúcar, con azúcar blanco o moreno, con miel y con sacarina.

Personalmente el café perfecto es el café con leche mediano que sirven en Buenos Aires. La lástima es que queda tan lejos que lo disfruto poco.

martes, 28 de agosto de 2007

Trayecto en metro

Catorce de febrero, parada de Amistad, dirección Final de trayecto, línea 5. El vagón va bastante abarrotado, pero aún así ha conseguido sentarse. Son las 18’39, aún no es hora punta.

De pie frente a una de las puertas hay una pareja un tanto desubicada. Ella habla por teléfono mientras él comenta que pararán en Àngel Guimerà para hacer trasbordo. Qué lástima que este tren no tenga parada en Àngel Guimerà. Los ha observado y ha estado a punto de decirles que para llegar a su destino de trasbordo deben para en Jesús y pillar el siguiente tren, pero no lo ha hecho; llegando a Jesús, un marroquí, o magrebí, o ves a saber de donde era el hombre (todo menos decir que es moro, que resulta políticamente incorrecto llamarlo así) les ha informado de lo que debían hacer si querían llegar allá donde iban. Quien vea la ironía del asunto que disfrute del momento.

Sigue el viaje, el tren sale a la superficie. No deja de ser curiosa e irritante la locución que anuncia las paradas: Pròxima parada SanT Isidre, con la T bien remarcadita. ¿Para qué tanta hipercorrección?, ¿tal vez para que quede claro que se locuta en valenciano? ¿Cuesta tanto hablar con normalidad?

Una chica sentada frente a ella, a la izquierda, de unos 16 o 17 años, quizá menos, quizá más, lee “Mente y Cerebro”, revista de la cual no ha oído hablar en su vida... Mente y Cerebro... En la portada se destaca en letras grandes el artículo estrella: “Placer y amor”, la reflexión es inevitable: o resulta la hostia de interesante, o la hostia de cutre, o la hostia de insulso, pero seguro que es la hostia. La joven guarda delicadamente la revista en su mochila, ¿se prepara para bajar? Y mientras el sol se esconde por el horizonte. El cielo está pintado de naranja y azul, todos los tonos de azul en la paleta. Posiblemente este sea uno de los cielos más bonitos que ha observado en mucho tiempo. Las luces de la carretera están prendidas y en el hilo musical del tren suena What a Wonderful World, no es la versión de Louis Armstrong pero es una interesante elección. La parte inferior de las nubes son de color naranja, de un naranja potente, casi rojo; es como si las nubes ardieran pero sin furia, como brasas en la chimenea del cielo. Finalmente la chica de Mente y Cerebro baja en la penúltima parada, la primera del pueblo. Otro miembro de su pueblo que no conoce y que, con toda probabilidad, no conocerá nunca.

Último tramo del trayecto. Los edificios, al fondo, son como sombras, parecen estar ahí para marcar la silueta de la ciudad, ya no enseñan la cara, solo el perfil negro y gris bajo un cielo rojizo y azul.

Y llega a término, su parada, mientras Sinatra asoma a través de la megafonía. El hilo musical de hoy ha resultado bastante más aceptable que otros anteriores.

Imaginación y Plagio

Segundo día de existencia en el Blogger Mundo. Entro en Google para deleitarme con la imagen-entrada del neo nato en cuestión, todo por pura auto-congratulación, y me lo encuentro, hay otra zanguanga entre nosotros. Ángeles Portillo edita su blog Zanguanga desde abril de este mismo año del señor.

La verdad, ni me planteé que alguien pudiera utilizar el mismo término para titular su espacio, porque claro la que suscribe es tan original que ni se le pasó por la cabeza semejante ocurrencia. El caso es que existe y el hecho no deja de ser divertido. Dos escenarios creados por dos mujeres, las dos dedicadas al arte; una, Ángeles, al arte gráfico; la otra, al escénico; y las dos lanzándonos sin saber muy bien en que terminará nuestra pequeña aventura pero con todas la ilusiones a flor de piel. Y en medio de toda esta guerra contra el plagio y la piratería a mi sólo se me ocurre lanzar una de las máximas de la Internacional Melancólica: "Imaginación y Plagio", al fin y al cabo así es como creo que funciona la creación y soy de la opinión que situaciones como esta son una suerte que ocurran.

Querido lector enorgullézcase de su suerte, en este mismo instante se le ofrece la oportunidad de disfrutar doblemente de la zanguanguería. No pierda esta ocasión o se arrepentirá. Entre, lea, disfrute y si es su deseo estampe su opinión para que tanto Ángeles como la que suscribe sigamos creciendo y compartiendo espacios.

Y a Ángeles Portillo, mi saludo más cordial.

lunes, 27 de agosto de 2007

BREVE EXPLICACIÓN

Sí, he de reconocerlo, estoy algo embrutecida por la pereza, lo que ha provocado cierto aspecto desaliñado y una acusada pérdida física e intelectual imperdonable. Tal vez por esto, o para que no vuelva a ocurrir, este espacio se llama La Zanguanga. Aunque, también, puede que sea un intento de congraciarme con mi espacio mundo; sus ausencias, sus presencias, las pérdidas y los hallazgos.