viernes, 27 de agosto de 2010

The Museum of London

El plan para la primera jornada completa en Londres era situarnos en la ciudad, documentarnos sobre su historia y su evolución hasta llegar a convertirse en la enorme metrópolis que es, empezar a conocerla desde un plano general. Para ello combinamos una vuelta en the London Eye (media hora súper turística para contemplar la ciudad a una buena altura) con la visita al Museum of London.

El Museo de Londres no es un museo de multitudes, aún; es más bien pequeño (en comparación con el British, las Tate o la National Gallery) pero resulta tremendamente interesante, una manera estupenda de colocarte en la ciudad y averiguar como empezó todo y como ha ido evolucionando. Si, además, viajas con niñ@s este museo es genial.

Hay reproducciones de huesos, armas prehistóricas o vestimentas medievales que pueden tocarse y/o probarse; salas dedicadas a la ciudad romana, el Londres medieval, la Guerra Civil o la Plaga de peste; una maqueta de la ciudad que reproduce el Gran Incendio de 1666 (con video explicativo y subtitulado, que viene la mar de bien), y una reconstrucción —un pelín demasiado "bonita" para mi gusto— de una calle victoriana: con su bakery portátil, una juguetería, la sastrería, dos oficinas bancarias, el infaltable Pleasure Garden, el Pub y hasta una casa de empeños. Y así continúa su repaso por la historia de Londres: la gran Exposición, el movimiento sufragista, las guerras y el periodo de entreguerras, los problemas del Támesis... hasta hoy. Además hay pantallas interactivas, una maqueta especial para niñ@s sobre el transporte público, con autobuses, cabs y metros de madera con los que pueden jugar —y juegan—, y junto a cada elemento expuesto en el museo, el cartel explicativo. Les parecerá una tontería pero esos carteles, si están bien hechos, aportan una cantidad de datos tal, que acaban ofreciéndote una lección de historia la mar de exhaustiva.

Los visitamos dos veces, sin prisas, deteniéndonos en los detalles, y no lo acabamos de ver, nos quedó el siglo XX pendiente para otra visita, pero disfrutamos como enanos y nos ayudó sobremanera a situarnos, a reconocer y comprender, de algún modo, lo que veríamos en los días siguientes explorando la ciudad. En mi opinión y sin duda, the Museum of London es ese tipo de museo que toda ciudad que se precie tendría que tener.

jueves, 26 de agosto de 2010

Cómo y por qué

Antes de emprender viaje hubo quien nos preguntó qué íbamos a hacer tantos días en Londres, si no acabaríamos aburridos de ciudad; después, al volver, una muy querida amiga, me preguntó si en esos 10 días nos alcanzó para ver la ciudad. No he podido dejar de darle vueltas a estas preguntas porque no, no nos alcanzó con 10 días, ni siquiera con 6 meses (tal vez a un ritmo más relajado pero sin demasiadas pausas) nos hubiera alcanzado para ver todo lo que sabíamos que queríamos ver —ni hablar de lo que aún no sabemos que está. Pero creo que el quid de la cuestión no está en cuánto, sino en cómo viajamos. Porqué elegimos una ciudad y no otra, qué conocemos de ella y qué esperamos descubrir, cómo lo planificamos.

Por supuesto que en 4 días cualquiera puede ver los lugares más “emblemáticos” de una ciudad (tenga el tamaño que tenga), esos que aparecen en todas las guías turísticas y de los que prácticamente todo el mundo ha oído hablar aunque no quiera. Los sitios claves, que para mucha gente son imperdibles, su “marco incomparable”. Y podemos quedarnos en ese marco, si es nuestra decisión, pasemos 4 ó 40 días.

Yo viajo para saber qué me cuenta la ciudad, conocer sus ritmos, o al menos intuirlos; sentir como respira desde diferentes perspectivas. Los museos, si son de entrada libre o no, y sus horarios, me hablan de sus gustos, de sus necesidades y aspiraciones; la arquitectura me cuenta su historia, sus éxitos y sus miserias —nunca agradeceré bastante la ayuda y la información que he recibido de Pep o Roger y que ha excitado mi interés por el dibujo de las ciudades—; las cafeterías, los pubs y los bares, los restaurantes y la gastronomía, me descubren, muchas veces y dependiendo de en que parte de la ciudad estén ubicados, como es la gente que los frecuenta y que vive cerca.

Quiero volver a pasear por Flores, ver las chocolaterías de La Paternal, si el “Molino de Fideos” sigue en pie y también tomarme un brownie en Las Violetas; pasear de nuevo por el Quartier Latin, comer en el Polidor, contemplar el Sena desde l’Ille de la Cité y pasar tres horas contemplando los relieves de Notre Dame; caminar por Southwark y Whitechapel, visitar Hampstead y recorrer el canal desde St. Pancras a Camden; repetir museos y visitar otros que no conozco. Me gusta viajar de esta manera, más lenta y puede que más cansada, llena de pequeñas sorpresas, necesitando volver de nuevo para ver como sigue todo y oír qué se cuentan de nuevo.

Pero repito, todas las maneras de viajar son buenas si no son impuestas, yo tengo la mía y me temo que está resultando adictiva. Si me paro a hacer la lista de lugares a los que quisiera ir (y no estoy hablando de una lista muy larga) es cierto que el mundo es muy grande, viajar es caro y el tiempo pasa muy deprisa. Habrá pues que organizarse.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Aprendiendo a viajar

He estado cuatro veces en Londres, la primera vez 1990, recién salida del instituto. Era una pelele en toda regla: a punto de cumplir los 18 y, por supuesto, más ambiciosa y más lista que nadie. Tras un periplo que tendría que haber durado dos horas y media, pero que en mi caso duró 48 + 2’30 —"Oficial de aduanas: Con el DNI caducado, señorita, usted no sale del país"—, aterricé en Heathrow dispuesta a comerme la ciudad. Mi primo vino a recogerme y nos dirigimos hacia el metro. Primera inmersión en el underground londinense: Picadilly Line hasta South Kensington, trasbordo con la District Line hasta East Ham, final de trayecto; tiempo del viaje 1 hora y 15 minutos plus minus. Tardando casi lo mismo en llegar del aeropuerto a "casa" que de Valencia a Londres, lo de comerse la ciudad iba a resultar un pelín más complicado de lo que había imaginado… pero daba igual, adaptación, pensé, “me mimetizo con el ambiente y en un par de días soy una inglesa más. Hablo inglés mejor que muchos, ¡soy Beatlemana!, pan comido.”

Mi nuevo hogar estaba ubicado en White Horse Road (sí, como el whisky); una casita inglesa de dos pisos, cuatro habitaciones, un jardín trasero, cocina, baño y 9 compañer@s de piso: Oscar, Helena y Sonia, de Bilbao; Rafa, de Pamplona; Carmen y Carolina, de Madrid; mi hermana, mi primo y yo, de Valencia; y Bronston, el rottweiler del casero (Luís, gallego) que, tras el primer vistazo, aterrorizada con sus ladridos, me quitó las ganas de salir al jardín durante los 4 meses de estancia. Saludé, se hicieron las presentaciones y me notificaron las normas de convivencia. Entonces Roberto propuso ir al Pub, "Si, si, a tope, vamos al paf" —No se en otros sitios, pero en España al pub (pronunciado pab, de public meeting) lo llamábamos paf, con la "f" bien marcadita. Los ingleses, si te entendían se partían de risa, y si no te miraban con cara de What are you talking about, woman??.

El Denmark Arms era (y sigue siendo) un pub enorme, con las paredes empapeladas en un tono oscuro (oscuro original más oscuro paso del tiempo), moqueta granate, olor a cerveza y tabaco entre otros efluvios, grandes ventanas que daban a la calle, zonas de reservado, un jukebox, y una enorme barra ovalada, que formaba, en el mismo centro del local, una isla de botellas, vasos y copas; los baños, donde siempre, al fondo a la derecha. Entramos, tomamos asiento cerca de una de las ventanas que daban al Town Hall y llegó la segunda hostia en los morros:

...…....Yo: ¿Qué queréis tomar?
...…....Roser: Zumo de naranja.
...…....Carles: Yo también.
...…....Roberto: Cerveza.
...…....Yo: Okey, voy.
...…....Roberto: ¿Quieres que pida yo?
...…....Yo: ¡No, para nada! Sé inglés.

...…....(Me acerqué pletórica a la barra y pedí más o menos pronunciando así:)

...…....Yo: Gud áfternun. Tu oranch chuses and tu bías plis.
...…....Barman: Uókainobbía?
...…....Yo: Eskius mi?
...…....Barman: (medio despacio) Uó kain ob bia?
...…....Yo: Eeemm, a nórmol bia? …Eskol (Scholl, la única que reconocía)
...…....Barman: Javalaga o panalaga?
...…....Yo: Eeeem… Sorri, can yu espik a litel bit eslouli, plis? Ai am
...…..........espanish (leve sonrisa tipo "va tío enróllate, por favor")
...…....Barman: (remarcando cada sílaba) Jaf a laga o pan a laga?
...…....Yo: (roja como un tomate, más por vergüenza que por enojo) Tu oranch chuses, plis.

Ahí me di cuenta de que definitivamente no me iba a comer la ciudad, ni siquiera me comería un trozo de calle y, consciente o inconscientemente, decidí que mi objetivo principal iba a ser aprender a hablar inglés a la manera inglesa (la manera española, como había quedado patente, era una porquería).

Fui a todas las clases de speaking que teníamos contratadas, trabajé en el McDonald's de East Ham (en todas las “áreas”). Y aprendí, BBC English y cockney (todo un éxito, aunque lo haya olvidado por falta de práctica). Hice buenos amigos, o mejor, compañeros; ligué todo lo que pude; comí hamburguesas, gelatina y fish & chips; engordé 16 kilos; sufrí en primera persona el racismo de nuestro casero que no permitió la entrada de negros en su casa —viviendo allí, en pleno barrio pakistaní, donde se atisba un caucásico por cada 50 que no lo son—; la ignorancia de mi vecina, también espeniola, que no tenía intención de aprender inglés —"¡Joder con los ingleses! ¡Si quieren entenderme que aprendan español!"—; y no salí de East Ham salvo para acudir a mis clases en Oxford St. y la obligada visita a Camden Town para practicar shopping (por que el canal, ni enterarme que había un canal... Jesus Christ!).

Releyendo mi diario de aquellos meses he visto anotado cuánto llegué a añorar Valencia durante las primeras semanas, y lo muchísimo que eché de menos Londres al regresar de nuevo a España. Durante años creí que ésta era una de mis incongruencias, ese maldito no terminar de definirme nunca; pero conforme han ido pasando los años y tras esta última visita, todo empieza a tener cierta lógica, la lógica del tiempo tal vez.

Esta vez nos hemos regalado la ciudad, para verla y mirarla, andarla, descubrir zonas que aún no conocíamos y re-visitar las que sí, recordarla desde otra perspectiva... y también imaginarla.

Ahora se que voy a volver, por deseo y por necesidad, a las ciudades que he catado pero aún no me he comido, para agenciarme otro pequeño bocado de ellas, disfrutar de sus ritmos y noises, buscar los pequeños detalles con los que aún no me he tropezado. Volveré, a estas ciudades y otras nuevas para aprender a viajar. Aunque después, como siempre, tenga que volver a casa a conseguir más dinero, para seguir viajando.