jueves, 1 de mayo de 2008

Vegüenza ajena

Hay una constante en el usuario medio del metro español que viene provocándome una cierta animadversión, cada vez más acusada, y es esa costumbre de querer hacer partícipe, al resto de pasajeros del vagón de todo aquello que dice, piensa o escucha. He estado intentando recordar si esta característica se repite en otros países, pero, aunque puede que me falle la memoria, no recuerdo haberme sentido tan molesta por este hecho en ningún otro país como en el nuestro.

Y es que no falla, una sube al metro, a la hora que sea, para ir donde quiera que tenga que ir, con la intención de aprovechar el trayecto para leer la prensa diaria, o un par de capítulos del libro del día, y al momento, en cuanto abre el libro, empieza a escuchar la conversación telefónica entre la señora que tiene al lado y una amiga, que grita tanto o más que la pasajera. Se entera del detalle más nimio de la tarta de novios en la boda de la amiga de su sobrina, y con ella, claro, se entera también el resto del pasaje, que, de reojo, mira a la rapsoda espontánea con cierta "curiosidad". Entonces, unos asientos más allá, alguien decide que también nos quiere informar de como transcurre su vida, en este caso laboral, y comienza a narrar, a quien le acompaña, la última bronca acaecida con su jefe en el trabajo, alto y claro, por descontado, no sea cosa que no lo oigamos confundidos entre los detalles del enlace matrimonial. Y todo ello acompañado por el adolescente, o el más mayor que adolescente, que decide que todos y cada uno de nosotros estamos ansiosos por conocer sus gustos musicales y conecta el altavoz de su teléfono móvil con el tema bomba de la temporada, a todo trapo, y con esa "magnífica" calidad de sonido que el teléfono proporciona.

Hace mucho que no hago un viaje en un tren de largo recorrido y puede que la cosa haya cambiado desde entonces, pero cuando lo hacía, antes de emprender el viaje, la voz amplificada del, o la, azafata pedía a los pasajeros que bajáramos el volumen de nuestros teléfonos móviles y nos abstuviéramos de elevar el tono de voz lo más posible. Y por lo general, se respetaba. ¿Por qué no se exige eso mismo en el transporte diario?

La última vez que estuve en París, de regreso al hotel en metro, mi costilla y yo nos ubicamos tras un grupo de cuatro personas, dos mujeres y dos hombres, que comentaban en un tono tal que hacía imposible perderse detalle, las maravillas de su último viaje: la agencia de viajes -con el nombre y los apellidos del vendedor incluidos- que se lo había organizado; lo muchísimo que había costado cada una de las habitaciones de hotel que ocuparon y lo preciosísimo que era; el clima que les acompañó; los cafés, tes y cócteles que tomaron; la temperatura de la piscina climatizada; y lo excelentemente que habían estado tratados, aunque, bien es cierto, alguno de los camareros, como siempre, no cumplía con los requisitos que, gente de tanta categoría y alta alcurnia, merecía en el trato. Aquellos "viajeros" eran, por supuesto, españoles. Los demás pasajeros del vagón, en silencio, los observaban con asombro. Pep y yo, avergonzados hasta lo más profundo, decidimos que hasta llegar a nuestro destino no hablaríamos, y si era necesario, lo haríamos en cualquier idioma menos el nuestro.

Estoy convencida que muchos pensarán que lo que digo es exagerado, una muestra evidente de intolerancia por mi parte... Pero, vamos a ver, ¿¿¿QUIEN LE HA DICHO A USTEDES QUE ESTOY INTERESADA EN CONOCER LOS DETALLES DE SU VIDA???

Desde hace una semana, en el metro, uso tapones para los oídos.

3 comentarios:

Lucila dijo...

Gemma: lamento decir que aquí, en Buenos Aires, la gente es tan o más maleducada que allí. Todos los días de la vida viajo en colectivo, en total unas dos horas, de las cuales 90 min. aproximadamente tengo que soportar las melodías de asquerosa cumbia mal grabada en formato mp3 celulárico, o gente que habla a viva voz como si estuviera cantando en la ducha. A pesar de todo, intento leer un libro semanal y a veces me aombro de mi nivel de concentración en los medios de transporte... Juro que a veces me gustaría pegar tres gritos en el bondi y mandarlos a todos a tomar por culo. Pero soy educada, y me quedo en el molde. LUCILA

gemma peris dijo...

Comparto esas ganas de gritar alto y claro "HAGAN EL FAVOR DE...". Aunque por mi parte no se si callo por educación, o por miedo a que me den un tortazo si lo digo. Por eso los tapones.

Saludos

Anónimo dijo...

Chica si, tan auténtica como acostumbras, sólo me da pena que anoche entre copa y copa de vino, me anticiparas el contenido.