sábado, 12 de enero de 2008

A lo mejor va y resulta que todo esto no importa un carallo y total, para eso está la escuela, ¿no?

Se acabaron las fiestas y todo vuelve a la normalidad, por fin. Los tiernos infantes se resisten, deben regresar a la escuela y no quieren. Intentan, sin lograrlo, que sus amantísimos progenitores los excusen de asistir. Al no conseguirlo lloran, patalean, reniegan, se agarran a la pata de la cama, al pomo de la puerta, al cinturón de seguridad del coche familiar. Son arrastrados, literalmente, por sus, ahora traidores padres o madres, hacia la puerta metálica del centro de enseñanza donde serán abandonados y obligados a trabajar en contra de sus deseos. El equipo docente observa el cuadro mientras penetra, por esa misma puerta metálica. La mirada se eleva a los cielos en busca de ayuda y amparo, "Señor, dame paciencia".

Llegado el momento de la actividad extra-escolar los rebeldes intentan imponer sus apetencias: "Dijiste que nos íbamos a pintar" -increpan algunos- "Si, es cierto, lo dije, pero no dije que fuera hoy". "¡Joooooooooo!!". Hay que mantenerse firme, si claudicas el primer día pierdes para siempre. A regañadientes aceptan tus condiciones, aceptan los juegos propuestos, participan, incluso se divierten; pero no caigas en la trampa de preguntarles, orgullosa de tu triunfo, si lo pasan bien, porque entonces te dirán que "no está mal, pero a mi me gusta más hacer otras cosas, esto es un poco aburrido". Y llega el momento de darles la palabra, de relajar la dinámica teniendo en cuenta que es el primer día de clase tras 15 largas y excitantes jornadas festivas. Llega el momento de preguntar: "¿Y, a ver? ¿Os han traído muchas cosas los reyes?". "A mi me han traído muchos regalos" - esa es la primera respuesta, a coro y metidos en una especie de danza compuesta de saltitos emocionados y carreras de una esquina a otra del aula. "¿Si?, ¿cuantos?" El primero en responder es el único realista: "¡Diez!", a partir de ahí empieza la subasta: "A mi treinta y ocho", "Pues a mi más, cien lo menos". "Pues a mi mil veintisiete". No importa qué hayan recibido sino cuanto. Y como yo soy como soy y mi curiosidad está centrada en lo que está centrada les lanzo la pregunta del millón: Y, a ver, ¿a cuantos de vosotros os han traído libros los reyes magos? Silencio. Se miran extrañados, en sus expresiones se advierte cierta estupefacción, ¿Libros? Eso no es un juguete, eso es para el cole. Intento de rectificación: "A ver, ¿A quien le han traído cuentos?"

Doy clases de teatro a alumnos de entre 4 y 12 años, tengo 31 alumnos y alumnas. Tres de ellos (todos de 4 años) han recibido cuentos que les leen sus padres, por la noche, antes de ir a dormir, y de los tres, dos de ellos los recibieron porque la profesora de teatro les sugirió a los mentados cabezas de familia que lo hicieran. Y aunque esto ya me lo esperaba yo, y, de algún modo, es un avance, no puedo dejar de preguntarme porqué esos niños y niñas han sido apuntados a clases de teatro: clases donde se leerán cuentos, se interpretarán cuentos y se intentará montar una obra basada en una historia; que tendrán que leer en casa, con ayuda de sus padres -los cuales, si aplicamos la lógica intuimos que no leen-; y que finalmente tendrán que representar en escena, solos, ante un publico en su gran mayoría desconocido. Pero, a lo mejor, de ésta, el niño se nos hace famoso.

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