martes, 9 de octubre de 2007

La Mantequería San Carlos

"No logro comprender de donde saca usted su excelente estado de forma" -le dijo el doctor a Miss Marple; a lo cual ella contestó- "De los largos paseos que hago todos los días, doctor". Y es que pasear, andar, callejear es un deporte poco practicado a no ser que sea por imposición económica. Andan los que no tienen coche, los que ajustan el bono bus y el bono metro al máximo y los ancianos que siempre anduvieron pero ahora con más razón porque así lo ha ordenado el médico. Y también ciertos elementos (entre los que me incluyo desde hace poco, he de reconocerlo) que programan sus actividades diarias incluyendo en sus quehaceres el tiempo de realizar los desplazamientos en el Coche de San Fernando para, de este modo, poder recopilar las cada vez más necesarias notas sobre las que, más tarde, poder reflexionar y/o escribir. Creo sinceramente que sin haber observado con cierta atención nada hay que poder recordar, lo que, sin duda, provoca la pérdida de todos los pequeños descubrimientos que seguro enriquecerían nuestra propia biografía. Pero bien pueden pensar que ésta es sólo una opinión personal más así que no tienen porqué estar de acuerdo y pueden, o no, decantarse simplemente por leer lo que otros ha visto.

Jueves 20 de octubre. Paseando por el casco antiguo de la ciudad de Cádiz, en el cruce de la calle Manuel Rancés con Fermín Sandoval me encontré este comercio, que en realidad son cuatro en uno, con apariencia de llevar años a su espalda ocupando este tramo de calle: La Mantequería San Carlos. Al preguntar al dueño por la historia del local me responde que cuatro generaciones lo han regentado, reformado por última vez hace 40 años y convirtiéndose así en lo que es hoy en día.

El local tiene planta rectangular y vendrá a ocupar unos 100 metros cuadrados (más o menos, nunca he sido buena midiendo). La barra rodea todo el establecimiento formando una "U" y separando el espacio para los clientes, que es bastante amplio, del destinado a los productos que en él se ofertan, por fuerza concentrado, y varias columnas ayudan a sujetar el peso del edificio que la fachada acristalada, intuyo, no aguantaría por sí sola.

En la zona de la Bodega, el primer espacio que se ve según se accede al establecimiento, lo primero que llama mi atención son las neveras, de las antiguas, con puertas acristaladas y cierre con palanca metálica; como las neveras de las películas americanas, de esas que hacen calp clap al abrir y al cerrar. Albergan cervezas, botellas de fino, refrescos y agua a la espera de ser consumidas por la clientela. Hay dos mesas con sillas a su alrededor. En una de las paredes se ven barriles con fino y vino apilados y, decorando la única pared que queda sin ventanas, los infaltables carteles de corridas de toros de todas las épocas. Pido un fino, mi primer fino gaditano en Cádiz, fresquito, muy rico, pregunto al bodeguero cuanto cuesta: "50 céntimos señorita" -me dice. "¿50?, ¿Sólo?" -pregunto. "Si claro" -contesta el dueño. Pido otro.

Atravesando un arco se accede al segundo espacio: el Estanco. Si lo piensan tiene su lógica, todo bar tiene su máquina de tabaco y en este caso también, solo que no es máquina y además, si la ofreces, recibes conversación. Abastezco mis necesidades de fumadora empedernida y prosigo con el recorrido visual mientras espero las vueltas. Las botellas de champú, detergentes y los paquetes de compresas no dejan espacio para la duda, junto al estanco se abre una Droguería. No se me ocurre conexión o relación con la bodega pero desde luego ayuda una barbaridad, sobre todo en esos casos en que, sino no se anota la lista de la compra, siempre acaba una olvidando el papel higiénico o el detergente para la lavadora. Los que nunca olvidamos el tabaco, por fin tampoco olvidaremos la colada.

A continuación, justo donde la barra dibuja la segunda curva de la "U" empieza la Charcutería, con su vitrina refrigerada y repleta de quesos y fiambres varios. A este cuarto espacio si que le encuentro relación; como en el caso del estanco, en todo bar se sirven picadas, montaditos o algún que otro encurtido para acompañar con el vermú, así pues con la charcutería incluida en el espacio la Mantequería San Carlos no sólo ofrece entremeses a sus clientes, sino que, además, permite el self service.

Otro detalle más a su favor: salvo por el sonido de las conversaciones entre clientes y dependientes, el lugar está en silencio. Este es uno de esos escasísimos locales a los que puedes ir con alguien a tomarte una copa y mantener una conversación, sin que las cuerdas vocales acaben resentidas de tanto gritar para ser oída debido a la música ambiental y/o al televisor encendido a todas horas, emita lo que emita, y a todo volumen. Y sí, hay que anotarlo, este comercio es sencillo, su decoración parquísima y está exento del glamour que, según marca la moda, todo local que se precie debe tener para atraer a los clientes "de categoría", pero se bebe bien y a excelente precio, la picada va al gusto, el tabaco al mejor precio y la conversación se practica en las mejores condiciones. ¿Qué más se puede pedir? Definitivamente y sin ninguna duda todo esto lo convierte en lugar de paso y parada obligada cada vez que regrese a la ciudad.

A todos y todas ustedes se lo recomiendo también. Y a La Mantequería San Carlos le deseo una larga y próspera vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola cariño: me ha gustado este sitio que describes, eso si recuerdame cuando vengas a Sevilla que te lleve al rayo a ver si tb te gusta, el local no es muy alla pero seguro que te llama la atencion tb.
besitos
LOLA